Había una vez en la sabana africana, una jirafa llamada Lola. Lola era diferente a las demás jirafas, ya que su cuello era más largo y más duro. Esto hacía que se sintiera un poco triste, ya que a veces se burlaban de ella y se sentía un poco sola.
Un día, mientras Lola estaba comiendo hojas de un árbol, llegó una jirafa llamada Leo. Leo era muy amable y se acercó a Lola para hacerle compañía.
¡Hola! ¿Cómo te llamas? -preguntó Leo con una sonrisa.
Hola, soy Lola. Pero todos me llaman «La jirafa cuello duro» -respondió Lola un poco triste.
¡Qué nombre tan curioso! A mí me gusta tu cuello, es muy especial. -dijo Leo con sinceridad.
Lola se sorprendió al escuchar las palabras de Leo y comenzó a sentirse un poco mejor consigo misma. Juntos pasaron el día jugando y divirtiéndose en la sabana.
Poco a poco, Lola fue aprendiendo a aceptarse tal como era, con su cuello largo y duro. Se dio cuenta de que su diferencia la hacía única y especial.
Un día, mientras caminaban juntas, vieron a un grupo de jirafas que estaban en problemas. Unas hienas se acercaban sigilosas, listas para atacar.
- ¡Rápido, tenemos que avisarles! -exclamó Leo.
Lola, con su cuello largo, logró llegar hasta las jirafas y alertarlas del peligro. Todas pudieron escapar a salvo gracias a la valentía de Lola.
- ¡Eres increíble, Lola! ¡Gracias por salvarnos! -dijeron las jirafas emocionadas.
Desde ese día, Lola dejó de preocuparse por lo que los demás pensaban de ella y se sintió orgullosa de su cuello largo y duro. Se dio cuenta de que ser diferente era algo maravilloso y que lo más importante era quererse a sí misma.
Y así, Lola vivió feliz en la sabana, rodeada de amigos que la querían tal como era. Siempre recordaba la lección que había aprendido: ser diferente es lo que nos hace únicos y especiales. Y Lola, la jirafa cuello duro, era la prueba de ello.