La carretera serpenteaba a través de un bosque denso y sombrío, donde los árboles parecían susurrar secretos oscuros entre sus ramas. Laura y David conducían en silencio, siguiendo las indicaciones de un viejo mapa que habían encontrado en la casa de la abuela de Laura. El mapa señalaba un pueblo llamado San Cristóbal, un lugar que no aparecía en ningún GPS ni en los mapas modernos.
—¿Estás segura de esto? —preguntó David, rompiendo el silencio.
—Sí, quiero saber por qué la abuela tenía este mapa. Además, ¿no te parece curioso que un pueblo entero haya sido olvidado? —respondió Laura, con una mezcla de emoción y nerviosismo en su voz.
A medida que se adentraban más en el bosque, la atmósfera se volvía más opresiva. El sol comenzaba a ponerse, y una niebla espesa empezó a envolver el camino. Finalmente, llegaron a un cartel de madera desgastado que decía: «Bienvenidos a San Cristóbal».
El pueblo parecía detenido en el tiempo. Las casas eran viejas y estaban en ruinas, con ventanas rotas y puertas colgando de sus bisagras. No había señales de vida, ni siquiera el canto de los pájaros. Laura y David bajaron del coche y comenzaron a explorar.
—Esto es… inquietante —dijo David, mirando a su alrededor.
—Vamos a buscar en la iglesia. En los pueblos pequeños, suelen guardar registros allí —sugirió Laura.
La iglesia estaba en el centro del pueblo, una estructura imponente con una torre que se alzaba hacia el cielo gris. Al entrar, el aire estaba frío y húmedo. Las bancas estaban cubiertas de polvo, y el altar estaba adornado con velas apagadas y una cruz oxidada.
Laura encontró un viejo libro de registros en una mesa al fondo. Lo abrió y comenzó a leer en voz alta.
—»En el año 1887, el pueblo de San Cristóbal hizo un pacto con una entidad oscura para protegerse de una plaga que asolaba la región. A cambio, la entidad exigió un sacrificio cada generación» —leyó Laura, con la voz temblorosa.
David frunció el ceño. —¿Un sacrificio? ¿Qué tipo de sacrificio?
Antes de que Laura pudiera responder, un ruido sordo resonó en la iglesia. Ambos se giraron y vieron una figura oscura en la entrada. Era un anciano con una mirada vacía y una sonrisa siniestra.
—Bienvenidos a San Cristóbal —dijo el anciano, con una voz que parecía salir de las profundidades de la tierra.
—¿Quién eres? —preguntó David, dando un paso hacia atrás.
—Soy el guardián del pacto —respondió el anciano. —Y ustedes han llegado justo a tiempo.
Laura y David intercambiaron miradas de terror.
—¿A tiempo para qué? —preguntó Laura, tratando de mantener la calma.
—Para el sacrificio, por supuesto —dijo el anciano, avanzando hacia ellos.
Laura y David retrocedieron, pero el anciano levantó una mano y una fuerza invisible los inmovilizó. La iglesia comenzó a temblar, y las velas apagadas se encendieron con una llama negra.
—¡Déjanos ir! —gritó David, luchando contra la fuerza que lo mantenía en su lugar.
—No pueden irse. El pacto debe cumplirse —dijo el anciano, con una voz que resonaba en sus mentes.
De repente, las puertas de la iglesia se cerraron de golpe, y la figura del anciano comenzó a desvanecerse, dejando tras de sí una risa macabra que resonaba en las paredes. Laura y David se encontraron solos, pero aún atrapados por la fuerza invisible.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Laura, con lágrimas en los ojos.
David miró alrededor, buscando desesperadamente una salida. Entonces vio un símbolo tallado en el suelo, un círculo con runas antiguas.
—Tal vez si rompemos el símbolo, podamos detener esto —sugirió David.
Laura asintió y ambos comenzaron a raspar el símbolo con todo lo que tenían a mano. Pero a medida que lo hacían, la iglesia temblaba más violentamente, y una voz gutural llenaba el aire.
—¡No pueden romper el pacto! —gritó la voz, resonando en sus cabezas.
Finalmente, lograron romper el círculo, y la fuerza invisible que los retenía desapareció. Corrieron hacia la puerta, pero al abrirla, se encontraron de nuevo en la iglesia, como si hubieran dado un paso en falso en el tiempo.
—Esto no puede estar pasando —murmuró Laura, desesperada.
David miró a su alrededor, tratando de encontrar otra solución. Entonces vio una inscripción en la pared: «El sacrificio debe ser voluntario».
—Laura, creo que uno de nosotros tiene que ofrecerse —dijo David, con la voz quebrada.
—No, no podemos hacer eso. Debe haber otra manera —respondió Laura, sollozando.
—No hay tiempo. Si no lo hacemos, ambos moriremos aquí —dijo David, con determinación.
Antes de que Laura pudiera detenerlo, David se arrodilló en el altar y dijo en voz alta:
—Ofrezco mi vida para romper el pacto.
La iglesia se estremeció, y una luz cegadora envolvió a David. Laura gritó, tratando de alcanzarlo, pero una barrera invisible la detuvo. Cuando la luz se desvaneció, David ya no estaba. En su lugar, había una figura oscura con ojos brillantes.
—El pacto está cumplido —dijo la figura, con la voz de David.
Laura cayó de rodillas, llorando. Sabía que había perdido a David para siempre. La figura oscura se desvaneció, y la iglesia quedó en silencio.
Laura salió de la iglesia, sintiéndose vacía y desolada. El pueblo seguía igual de abandonado y sombrío, pero ahora sabía que la maldición no había terminado. El pacto se había cumplido, pero el precio había sido demasiado alto.
Mientras caminaba de regreso al coche, una sensación de inquietud la invadió. Miró hacia atrás y vio al anciano de nuevo, observándola desde la entrada de la iglesia.
—Nos volveremos a ver —dijo el anciano, con una sonrisa siniestra.
Laura supo en ese momento que la maldición del pueblo olvidado nunca se rompería realmente. Siempre habría un precio que pagar, y siempre habría alguien dispuesto a cobrarlo.