En la pequeña ciudad de Villanueva, el otoño traía consigo más que hojas caídas y noches frescas. Cada año, el 31 de octubre, los habitantes se preparaban para la Noche de los Espíritus Errantes. Era una tradición que todos conocían, pero pocos comprendían realmente.
María, una niña de 12 años con una curiosidad insaciable, había escuchado historias sobre esa noche desde que tenía memoria. Su abuela, la señora Rosa, le contaba cuentos sobre espíritus antiguos que regresaban en busca de justicia.
—Abuela, ¿por qué los espíritus no pueden descansar en paz? —preguntó María una tarde mientras ayudaba a su abuela a preparar galletas de calabaza.
La señora Rosa suspiró, mirando a su nieta con ojos llenos de sabiduría y un toque de tristeza.
—Querida, hace muchos años, Villanueva no era el lugar pacífico que conocemos hoy. Había injusticias, y algunas almas no pudieron encontrar la paz debido a eso. Cada año, regresan para buscar justicia o para concluir asuntos pendientes.
María frunció el ceño, tratando de entender.
—¿Y qué pasa si no encuentran lo que buscan?
—Entonces seguirán errando, año tras año, hasta que alguien les ayude.
Esa noche, María se acostó pensando en las palabras de su abuela. No podía sacarse de la cabeza la idea de esos espíritus vagando sin descanso. Decidió que este año, ella descubriría la verdad.
El 31 de octubre llegó con un aire de misterio. Las calles de Villanueva estaban decoradas con calabazas talladas y luces parpadeantes. Los niños corrían de casa en casa, recogiendo dulces y contando historias de miedo. Pero María tenía otros planes.
—Julián, ¿quieres venir conmigo esta noche? —le preguntó a su mejor amigo mientras caminaban a la escuela esa mañana.
—¿A dónde? —respondió Julián, levantando una ceja.
—Voy a buscar a los espíritus errantes. Quiero ayudarlos a encontrar justicia.
Julián la miró con incredulidad, pero conocía bien la determinación de María.
—Está bien, pero llevemos linternas y algo de comer. No quiero quedarme sin energía si vamos a estar toda la noche.
Esa noche, cuando el reloj marcó las diez, María y Julián se encontraron en el parque del pueblo, donde las sombras de los árboles se alargaban como dedos oscuros. Armados con linternas y una mochila llena de bocadillos, se adentraron en el bosque cercano.
El bosque de Villanueva tenía una atmósfera inquietante. Las ramas crujían bajo sus pies y el viento susurraba entre las hojas, como si les estuviera contando secretos antiguos. Después de caminar durante lo que parecieron horas, llegaron a un claro iluminado por la luz de la luna.
De repente, una figura etérea apareció ante ellos. Era una mujer vestida con ropas antiguas, su rostro pálido y triste.
—¿Quiénes sois? —preguntó la figura con una voz que parecía venir de otro tiempo.
María dio un paso adelante, su corazón latiendo con fuerza.
—Soy María, y este es mi amigo Julián. Queremos ayudarte.
La figura los miró con ojos llenos de esperanza y desesperación.
—Me llamo Elena. Hace muchos años, fui injustamente acusada de un crimen que no cometí. Mi alma no puede descansar hasta que mi nombre sea limpiado.
María y Julián intercambiaron una mirada. Sabían que tenían que ayudar a Elena.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Julián.
Elena les explicó que en la antigua iglesia del pueblo, había un libro de registros que contenía la verdad sobre lo que ocurrió. Si podían encontrar ese libro y mostrarlo a los habitantes de Villanueva, su nombre sería limpiado.
—Vamos, Julián. No tenemos tiempo que perder, —dijo María con determinación.
Corrieron hacia la antigua iglesia, que ahora estaba en ruinas. La puerta crujió al abrirse, revelando un interior oscuro y polvoriento. Con las linternas en mano, comenzaron a buscar entre los escombros. Finalmente, Julián encontró un viejo libro escondido detrás de una pila de ladrillos.
—¡Aquí está! —exclamó, sacudiendo el polvo del libro.
María lo abrió con cuidado, pasando las páginas amarillentas hasta que encontró la entrada que buscaban. Allí, en letras desvaídas, estaba la verdad: Elena había sido acusada por error, y el verdadero culpable había confesado antes de morir.
—Tenemos que mostrar esto a todos, —dijo María, su voz temblando de emoción.
Regresaron al pueblo y, con la ayuda de la señora Rosa, convocaron a una reunión en la plaza central. Los habitantes de Villanueva escucharon en silencio mientras María leía la entrada del libro. Al terminar, un murmullo recorrió la multitud.
—Elena era inocente, —dijo uno de los ancianos del pueblo. —Debemos corregir este error.
Con el nombre de Elena finalmente limpio, su espíritu apareció una vez más ante María y Julián.
—Gracias, —dijo con una sonrisa que iluminó su rostro pálido. —Ahora puedo descansar en paz.
Y con esas palabras, Elena desapareció, dejando a María y Julián con una sensación de logro y paz. Habían ayudado a un espíritu errante a encontrar justicia, y sabían que esa noche, Villanueva sería un lugar un poco más tranquilo.
María miró a Julián y sonrió.
—Creo que hemos tenido una Noche de los Espíritus Errantes bastante exitosa, —dijo.
Julián asintió, y los dos amigos regresaron a casa, sabiendo que habían hecho algo verdaderamente especial. En el aire, las hojas caídas susurraban historias de justicia y paz, y Villanueva dormía tranquila, al menos por un año más.