La noche en que las calabazas lloraron

Era la víspera de Halloween y el aire estaba impregnado de un olor a tierra húmeda y hojas secas. El sol se ocultaba tras un velo de nubes grises, y un viento gélido soplaba entre los árboles, como si la misma naturaleza presintiera lo que estaba por suceder. En el pequeño pueblo de Eldridge, los niños se preparaban para la noche de dulces y travesuras, pero una niña llamada Clara sentía una inquietud que no podía sacudirse.

Clara había pasado la tarde tallando calabazas con su madre. Las risas y las historias de fantasmas llenaban la habitación mientras creaban las caras aterradoras y divertidas que iluminarían su porche. Pero algo en la calabaza que Clara había elegido la perturbaba. Era más grande que las demás, con una piel rugosa y un color anaranjado que parecía más oscuro, casi como si estuviera manchada de algo.

—Mamá, ¿puedo quedarme con esta calabaza? —preguntó Clara, señalando la que había estado ignorando.

Su madre frunció el ceño.

—Esa calabaza parece… diferente, Clara. Tal vez deberías elegir otra.

Pero Clara, impulsada por una extraña fascinación, insistió. Cuando finalmente su madre cedió, Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Al caer la noche, la calabaza se erguía en el porche, iluminada por una vela parpadeante. Las sombras danzaban en las paredes de la casa, y Clara se sintió atrapada en un hechizo.

Mientras el pueblo celebraba, Clara se sentó en la oscuridad, observando la calabaza. De repente, un sonido sutil, casi imperceptible, comenzó a emanar de su interior. Era un llanto, un susurro que parecía llamarla.

—Clara… Clara…

La voz era suave, pero cargada de desesperación. Clara se acercó, el corazón latiendo con fuerza en su pecho.

—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz temblando.

—Ayúdanos… —suplicó la voz—. Estamos atrapados.

Clara se estremeció. ¿Atrapados? ¿Quiénes eran? Se arrodilló y presionó su oído contra la calabaza. El llanto se intensificó, resonando en su mente como un eco de dolor.

—¿Cómo puedo ayudarles? —preguntó, sintiendo una extraña conexión con las almas que suplicaban.

—Corta la tapa… Libéranos… —dijeron al unísono, sus voces entrelazadas en un coro de desesperación.

Clara dudó. Sabía que había algo siniestro en esa calabaza. Pero el deseo de ayudar era abrumador. Con manos temblorosas, tomó el cuchillo que había utilizado para tallar y cortó la tapa. Un aire frío y fétido emanó del interior, y el llanto se tornó en gritos desgarradores.

—¡No! ¡No lo hagas! —gritó su madre desde la puerta, pero ya era demasiado tarde.

Las almas atrapadas comenzaron a salir, flotando en un torbellino de luces tenues y sombras. Clara se cubrió los ojos, aturdida por la visión. Eran figuras etéreas, con rostros distorsionados por el sufrimiento.

—¿Qué habéis hecho? —gritó su madre, horrorizada, mientras intentaba cerrar la tapa de la calabaza.

—¡Ayúdanos! —clamaron las almas—. ¡Estamos atrapadas en este mundo!

Clara, sintiéndose culpable, miró a su madre y luego a las almas.

—¿Qué quieren de mí? —preguntó, sintiendo que su corazón se partía en dos.

—La libertad tiene un precio —respondió una de las almas, su voz resonando como un eco en el aire frío—. Debes darnos lo que más amas.

Clara miró a su madre, y el terror se apoderó de ella. ¿Podría sacrificar a su madre por estas almas? La idea era absurda, pero el poder de las almas era abrumador.

—No puedo… —susurró, sintiendo que su mundo se desmoronaba.

—Elige, Clara. O nosotros, o ella. —Las almas comenzaron a girar a su alrededor, sus voces transformándose en un clamor ensordecedor.

—¡No! —gritó la madre, tratando de alcanzar a Clara—. ¡No les hagas caso!

En ese momento, la calabaza comenzó a temblar, y el aire se volvió denso y pesado. Clara sintió que su mente se nublaba, y las voces se mezclaban en un grito ensordecedor.

—¡Libéranos! ¡Libéranos!

Con un último grito de desesperación, Clara tomó la decisión. Era una elección que nunca debió hacer.

—¡Está bien! —gritó, su voz resonando en la oscuridad—. ¡Tomen lo que quieran!

Las almas se abalanzaron sobre ella, y el dolor se apoderó de su ser. Clara sintió cómo su esencia se desvanecía, cómo sus recuerdos se esfumaban en un torbellino de llanto y sufrimiento. La luz de su madre se desdibujó, y en un instante, todo se volvió negro.

Cuando la oscuridad se disipó, Clara se encontró rodeada de calabazas. Pero no eran calabazas comunes; eran calabazas con caras de almas perdidas, sus ojos vacíos y su llanto resonando en la noche.

—Bienvenida, Clara —susurraron las almas, sus voces ahora un eco familiar—. Ahora eres una de nosotras.

El viento sopló, llevando consigo el eco de su risa, mientras la noche de Halloween se llenaba de llantos. La calabaza que había elegido brillaba intensamente, y sobre el porche, ya no había risa ni alegría, solo el lamento de las almas atrapadas, llorando en la oscuridad.

Y así, la noche en que las calabazas lloraron se convirtió en una leyenda, un recordatorio escalofriante de que a veces, los deseos más profundos pueden tener un precio inimaginable.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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