La Última Noche en el Bosque Encantado

El sol se ocultaba tras las copas de los árboles, tiñendo el cielo de un color anaranjado que prometía una noche tranquila. Un grupo de amigos, compuesto por cuatro jóvenes: Clara, Tomás, Lucía y Javier, había decidido acampar en un bosque que, según las leyendas locales, estaba encantado. Se decía que una bruja, celosa de su hogar, había maldecido el lugar para protegerlo de intrusos. Sin embargo, los amigos se reían de tales historias, convencidos de que eran solo mitos.

—Vamos, ¿quién puede creer en cuentos de viejas? —dijo Javier, mientras encendía la fogata. Su risa resonó entre los árboles, como si desafiara a las sombras que se alargaban con la caída del sol.

—A mí me da un poco de miedo —admitió Clara, mientras miraba hacia la espesura del bosque—. He oído que hay cosas que no deberían ser despertadas.

—No seas miedosa, Clara. Solo son historias para asustar a los niños —respondió Tomás, mientras lanzaba un tronco a la fogata, que chisporroteó con fuerza.

La noche avanzaba y el aire se volvía más frío. Las risas se desvanecieron lentamente, reemplazadas por un silencio inquietante. Las sombras parecían moverse, y el viento susurraba entre los árboles, como si contara secretos olvidados.

—¿Alguien más siente que nos están observando? —preguntó Lucía, con un tono de voz que apenas ocultaba su inquietud.

—Es solo tu imaginación —dijo Javier, intentando sonar seguro—. Este lugar es solo un bosque. No hay nada de qué preocuparse.

Pero Clara no estaba tan convencida. Mientras miraba hacia la oscuridad, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo no estaba bien.

La conversación se desvió hacia anécdotas de campamentos pasados, pero el ambiente se tornó tenso. Los árboles parecían más altos y las sombras más profundas. Fue entonces cuando, de repente, un grito desgarrador resonó en la distancia.

—¿Qué fue eso? —preguntó Lucía, con los ojos muy abiertos.

—Probablemente un animal —dijo Tomás, aunque su voz temblaba un poco.

Sin embargo, a medida que la noche avanzaba, los ruidos se hicieron más frecuentes: susurros, risas lejanas, y el crujir de ramas. El grupo decidió que era hora de dormir, aunque el sueño se hizo esquivo.

—Voy a buscar un poco de agua —anunció Clara, levantándose de su lugar.

—No vayas sola, Clara —dijo Javier, pero ella ya se había adentrado en el bosque.

Mientras caminaba, sintió que las sombras se cerraban a su alrededor. Una sensación de ser observada la envolvía. Cada paso que daba resonaba en su mente como un eco ominoso.

Al llegar a un pequeño arroyo, se agachó a llenar su botella. En ese instante, un susurro helado atravesó el aire:

—¿Por qué has venido, intrusa?

Clara se congeló. Una figura apareció entre los árboles, una mujer de aspecto anciano, con ojos que brillaban como brasas. Su cabello era una maraña gris, y su piel parecía estar hecha de corteza de árbol.

—¿Quién eres? —logró preguntar, aunque su voz temblaba.

—Soy la guardiana de este bosque —respondió la mujer, con una voz que resonaba como el crujir de ramas secas—. Has violado mis dominios, y eso tiene un precio.

Clara, aterrorizada, dio un paso atrás. En ese momento, recordó las historias que había escuchado. La bruja del bosque.

—No quise ofenderte. Solo queríamos pasar una noche aquí —dijo, intentando sonar convincente.

—No hay perdón para quienes invaden mi hogar —replicó la bruja, extendiendo su mano huesuda hacia ella. Clara sintió una presión en su pecho, como si el aire se hubiera vuelto denso y pesado.

—¡Clara! —gritó Tomás desde la distancia, interrumpiendo el oscuro hechizo que comenzaba a envolverla.

Ella se dio la vuelta y corrió, dejando atrás el arroyo y la figura aterradora. Cuando llegó de nuevo al campamento, sus amigos la miraron con preocupación.

—¿Qué te pasó? —preguntó Lucía, notando la palidez en su rostro.

—Vi a la bruja… —susurró Clara, temblando—. Dijo que no perdona a los intrusos.

—Eso son solo cuentos —dijo Javier, aunque su voz no sonaba tan segura como antes.

Sin embargo, la atmósfera se tornó aún más pesada. Las risas y las historias se desvanecieron, reemplazadas por un silencio inquietante. La fogata crepitaba, pero parecía que las llamas danzaban de manera errática, como si también temieran lo que acechaba en la oscuridad.

De repente, un grito desgarrador resonó en el aire. Era Tomás, que se había levantado para ir al baño. Clara sintió que su corazón se detenía. El bosque había cobrado su primer tributo.

—¡Tomás! —gritó Lucía, mientras corría hacia la oscuridad, seguida de Javier y Clara.

Al llegar al lugar donde había estado, encontraron solo su linterna apagada, iluminando el vacío. La respiración de Clara se volvió entrecortada. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba Tomás?

—No puede estar lejos —dijo Javier, intentando mantener la calma—. Vamos a buscarlo.

Los tres amigos comenzaron a caminar, llamando su nombre. Pero a cada paso, el bosque parecía cerrarse a su alrededor. Las sombras se alargaban, y los susurros se intensificaban, como si el mismo bosque se riera de su desesperación.

—¡Tomás! —gritó Lucía, pero solo recibió un eco en respuesta.

Después de unos minutos que parecieron horas, Clara sintió que algo la observaba nuevamente. Se detuvo y miró hacia atrás, y entonces lo vio: una figura oscura entre los árboles, con una sonrisa que parecía burlona.

—¡Tomás! —gritó, pero la figura se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué viste? —preguntó Javier, notando su expresión de terror.

—No sé… solo vi algo… algo que no era él —respondió Clara, sintiendo que la locura comenzaba a apoderarse de ella.

Decidieron volver al campamento, pero al llegar, se dieron cuenta de que las cosas habían cambiado. La fogata se había apagado, y el aire estaba impregnado de un olor a tierra húmeda y putrefacción.

—Esto no es normal —dijo Lucía, su voz temblando—. Debemos salir de aquí.

Pero antes de que pudieran hacer un plan, un grito desgarrador resonó nuevamente, esta vez más cerca. Era la voz de Tomás.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritaba, pero el sonido se tornaba cada vez más distante.

—¡Tomás! —gritaron al unísono, pero el eco se desvaneció en la oscuridad.

—No podemos quedarnos aquí, debemos ir a buscarlo —insistió Clara, sintiendo que su corazón latía con fuerza.

Javier y Lucía asintieron, y juntos se adentraron en el bosque una vez más. La oscuridad los envolvía, y cada paso parecía más pesado que el anterior.

—¡Tomás! —gritó Lucía, pero solo hubo silencio.

Finalmente, llegaron a un claro donde la luna brillaba intensamente. En el centro, había un altar rudimentario hecho de ramas y piedras. Y sobre él, una figura se erguía: la bruja.

—Bienvenidos, intrusos —dijo, su voz resonando como un eco en el vacío—. He estado esperando su llegada.

—¡Déjanos en paz! —gritó Javier, pero su voz sonaba débil y temerosa.

—¿En paz? —replicó la bruja, riendo suavemente—. ¿No saben que han cruzado una línea que no pueden deshacer?

De repente, el aire se volvió helado. Clara sintió que algo la sujetaba, como si manos invisibles la atraparan. La bruja había comenzado su ritual.

—¡Tomás! —gritó Clara, pero su voz se perdió en el viento.

La figura de la bruja se iluminó con un brillo siniestro, y Clara vio que detrás de ella, en la penumbra, se encontraba Tomás, inmóvil y con la mirada vacía.

—¡No! —gritó Lucía, mientras intentaba correr hacia él, pero algo la detuvo.

—Ya es demasiado tarde —dijo la bruja, acercándose—. Una vida por otra. ¿Qué elegirán?

—¡No! —gritó Javier, mientras intentaba liberar a Lucía—. ¡No lo hagas!

Pero Clara, sintiendo que el terror la envolvía, se dio cuenta de que no había elección. La bruja sonrió, y en un instante, la oscuridad se tragó el claro.

Cuando la luz regresó, Clara se encontró sola, en el campamento, con la fogata apagada y el eco de las risas de sus amigos resonando en su mente. El bosque había reclamado su venganza.

Y así, la última noche en el bosque encantado se convirtió en un eco de susurros, un recordatorio de que algunas leyendas son más que cuentos: son advertencias. Clara miró hacia la oscuridad, sabiendo que nunca podría escapar de lo que había sucedido. La bruja había ganado.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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