En una granja muy colorida, donde el sol brillaba y las flores bailaban al viento, vivía una vaca llamada Lola. Lola era una vaca muy especial, con manchas negras y blancas que parecían dibujos de un artista. Siempre estaba sonriendo y le encantaba hacer reír a sus amigos.
Un día, mientras pastaba en el prado, Lola escuchó a sus amigos, los patos, hablando de algo muy curioso.
—¡Hola, amigos! —saludó Lola, acercándose a ellos—. ¿De qué hablan?
—¡Hola, Lola! —respondieron los patos, moviendo sus cabecitas—. Estamos hablando de los huevos. ¡Los patos ponen los mejores huevos!
Lola se rascó la cabeza, pensativa. Nunca había puesto un huevo. Pero, ¿y si ella también pudiera hacerlo? Se sintió un poco extraña, pero decidió que quería intentarlo.
—¡Voy a poner un huevo! —anunció con entusiasmo.
Los patos se miraron entre sí y uno de ellos, llamado Paco, soltó una risita.
—Lola, ¡tú no puedes poner un huevo! ¡Eres una vaca!
—¿Por qué no? —respondió Lola, con determinación—. ¡Voy a demostrarles que puedo!
Así que, con el corazón lleno de emoción, Lola se fue a un rincón tranquilo de la granja. Se sentó en la hierba y cerró los ojos, imaginando cómo sería poner un huevo. Se concentró mucho y pensó en lo que los patos le habían contado.
Después de un rato, un sonido muy raro salió de Lola. ¡Y de repente, en el suelo apareció un huevo! Pero no era un huevo común y corriente, era un huevo enorme y colorido, como un arcoíris.
—¡Miren, amigos! —gritó Lola, saltando de alegría—. ¡He puesto un huevo!
Los patos, sorprendidos, corrieron hacia ella.
—¡Es increíble! —exclamó Paco, con los ojos muy abiertos—. ¡Nunca había visto un huevo así!
—¡Es un huevo mágico! —dijo otra pato llamada Lía, mirando el huevo con fascinación—. ¡Deberíamos cuidarlo!
Lola sonrió, sintiéndose muy orgullosa. Nunca había imaginado que podría hacer algo tan especial. Así que, junto con sus amigos, decidieron construir un pequeño nido de hojas y flores para proteger el huevo.
Pasaron los días, y el huevo se convirtió en la sensación de la granja. Todos los animales venían a verlo. La gallina Clara estaba muy intrigada.
—¿Cómo es posible que una vaca ponga un huevo? —preguntó Clara, picoteando curiosa.
—No lo sé, pero es realmente mágico —respondió Paco—. ¡Lola es única!
Un día, mientras todos estaban alrededor del huevo, comenzó a temblar. Lola se puso nerviosa.
—¿Qué está pasando? —preguntó, mirando a sus amigos.
—¡Tal vez va a romperse! —gritó Lía, emocionada.
Y, de repente, el huevo se rompió y de él salió un pequeño pollito de colores brillantes. Todos los animales se quedaron boquiabiertos.
—¡Es un pollito arcoíris! —gritó Paco, saltando de alegría—. ¡Es el pollito más hermoso del mundo!
Lola miró al pollito con ternura y dijo:
—¡Hola, pequeño! Eres muy especial.
El pollito, aún temblando, miró a Lola y dijo:
—¡Gracias, Lola! ¡Eres la mejor mamá!
Lola se sintió tan feliz. Nunca había pensado que poner un huevo podría llevarla a tener un pollito.
Los días pasaron y el pollito creció, llenando la granja de risas y alegría. Todos los animales aprendieron a valorar lo que los hacía únicos, y Lola se dio cuenta de que no importaba si era una vaca o un pollito, lo importante era ser uno mismo.
—¡Nunca dejes de ser tú, Lola! —dijo Clara un día mientras jugaban en el prado.
—¡Así es! —respondió Lola, sonriendo—. Cada uno de nosotros tiene algo especial.
Y así, en aquella granja llena de colores, la vaca Lola y su pollito arcoíris vivieron felices, recordando siempre que ser diferente es lo que nos hace especiales.