El sol se ocultaba tras las montañas, tiñendo el cielo de un rojo sanguinolento que parecía presagiar la violencia que estaba por desatarse. En el borde del Bosque de los Susurros, un hombre de mirada acerada y cicatrices profundas afilaba su espada. Su nombre era Kael, un guerrero deshonrado, traicionado por aquellos a quienes había llamado hermanos.
Kael había sido uno de los líderes más respetados del Clan del Halcón. Sin embargo, una conspiración orquestada por su mejor amigo, Rurik, lo había dejado al borde de la muerte y exiliado. Ahora, después de años de vagar por las tierras salvajes, había encontrado una pista sobre el paradero de Rurik y sus secuaces.
«No habrá piedad,» murmuró Kael para sí mismo, mientras observaba su reflejo en la hoja de su espada.
El Encuentro en el Bosque
Kael avanzaba con sigilo entre los árboles, sus sentidos agudizados por años de supervivencia en terrenos hostiles. Sabía que el Bosque de los Susurros no era un lugar cualquiera; se decía que las almas de los guerreros caídos susurraban advertencias y secretos a quienes se atrevían a entrar. Pero Kael no tenía miedo. Su único propósito era la venganza.
Un crujido de ramas lo alertó. Se detuvo y se agachó, ocultándose tras un arbusto espeso. Un grupo de hombres se acercaba, armados y con la mirada alerta. Reconoció a uno de ellos: Darius, uno de los traidores que había ayudado a Rurik en su traición.
«Es solo cuestión de tiempo antes de que Kael venga por nosotros,» dijo Darius, mirando a su alrededor con desconfianza.
«Deja de preocuparte,» respondió otro hombre, con una sonrisa arrogante. «Kael está acabado. No puede enfrentarse a todos nosotros.»
Kael apretó los dientes y esperó el momento adecuado. Cuando el grupo pasó junto a su escondite, se lanzó con la agilidad de un tigre, su espada brillando en la penumbra. En cuestión de segundos, dos hombres yacían en el suelo, y Kael se enfrentaba a Darius.
«¡Kael! ¿Cómo…?» exclamó Darius, retrocediendo con miedo en los ojos.
«No hay lugar en estas tierras donde puedas esconderte de mí,» gruñó Kael, antes de lanzar un golpe mortal que acabó con Darius.
La Ciudadela de los Traidores
Después de interrogar al último de los hombres, Kael obtuvo la información que necesitaba. Rurik y sus seguidores se habían refugiado en una antigua ciudadela en las Montañas de la Desolación. La fortaleza era conocida por sus defensas impenetrables, pero Kael estaba decidido a enfrentarse a cualquier obstáculo.
El viaje hacia las montañas fue arduo. Kael cruzó ríos caudalosos, desiertos abrasadores y enfrentó a bestias salvajes. Cada paso lo acercaba más a su objetivo, y cada batalla lo hacía más fuerte.
Finalmente, llegó a la base de las Montañas de la Desolación. Desde allí, podía ver la imponente ciudadela, con sus murallas altas y torres vigilantes. Kael sabía que no podía simplemente atacar de frente; necesitaba un plan.
El Asalto Nocturno
Esperó hasta la noche, cuando la oscuridad le ofrecía una ventaja. Escaló las empinadas rocas y se deslizó por un túnel secreto que había descubierto años atrás, cuando la ciudadela aún pertenecía al Clan del Halcón. Sus pasos eran silenciosos, y su respiración, controlada.
Dentro de la fortaleza, Kael avanzaba con cautela, eliminando a los guardias uno por uno. Finalmente, llegó a la sala del trono, donde Rurik estaba sentado, rodeado de sus secuaces.
«Kael, sabía que vendrías,» dijo Rurik, levantándose con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. «Pero no esperaba que llegaras tan lejos.»
«Tu traición no quedará impune,» respondió Kael, avanzando con la espada en alto.
La batalla que siguió fue feroz. Rurik y sus hombres lucharon con desesperación, pero Kael estaba impulsado por una furia implacable. Uno a uno, los secuaces cayeron, hasta que solo quedaron Kael y Rurik.
«Siempre fuiste un guerrero formidable, Kael,» dijo Rurik, jadeando. «Pero no puedes ganar esta guerra solo.»
«No estoy solo,» replicó Kael, lanzándose con un grito de guerra.
La Confrontación Final
Las espadas chocaron con un estruendo metálico, y los dos guerreros se enzarzaron en un combate mortal. Rurik era hábil, pero Kael tenía la ventaja de la determinación y el deseo de venganza. Después de un intercambio brutal, Kael logró desarmar a Rurik y lo derribó al suelo.
«Por el honor del Clan del Halcón,» dijo Kael, levantando su espada para el golpe final.
«Espera,» suplicó Rurik, con los ojos llenos de miedo. «Podemos arreglar esto. Puedo darte lo que quieras.»
«Lo único que quiero es justicia,» respondió Kael, y con un movimiento rápido, acabó con la vida de su antiguo amigo.
El Amanecer de un Nuevo Día
Con la muerte de Rurik, la ciudadela quedó en silencio. Kael salió al balcón y observó el amanecer. El sol se alzaba sobre las montañas, bañando las tierras salvajes con una luz dorada. Por primera vez en años, Kael sintió una paz interior.
Sabía que su viaje no había terminado. Había otros traidores que debían pagar por sus crímenes. Pero por ahora, había cumplido su misión. La venganza del guerrero deshonrado había comenzado, y nada podría detenerlo.
«El Clan del Halcón renacerá de las cenizas,» murmuró Kael, mientras se preparaba para su próximo desafío.