Lolo el Mono era un pequeño mono de pelaje suave y brillante. Un día, decidió dejar su hogar en la selva y explorar el mundo. Después de saltar de rama en rama, llegó a una granja llena de animales. Lolo miró a su alrededor con curiosidad. “¡Guau! ¿Qué es este lugar tan diferente?” se preguntó mientras se balanceaba en una rama.
En la granja, había gallinas que cacareaban, vacas que mugían, y cerdos que revolcaban en el barro. Lolo, que siempre había vivido entre monos, se sintió un poco extraño. “No soy como ellos,” pensó. Pero, en su corazón, sabía que quería hacer nuevos amigos.
De repente, Lolo vio a una gallina llamada Lili. Ella estaba picoteando semillas en el suelo. “¡Hola, gallinita! Soy Lolo el Mono. ¿Puedo jugar contigo?” preguntó Lolo con una sonrisa.
Lili lo miró con curiosidad. “Hola, Lolo. Claro que sí, pero… ¿sabes jugar a picotear semillas?”
Lolo se rascó la cabeza. “No, pero puedo saltar muy alto y hacer piruetas!” Y con eso, empezó a saltar de un lado a otro, haciendo piruetas en el aire. Lili se rió. “¡Eres muy divertido! Pero en la granja, también tenemos otros juegos.”
Lolo se sintió un poco triste. “No sé jugar como vosotros. Tal vez no encaje aquí.”
Justo en ese momento, Lulo, el cerdito, apareció. “¡Hola, Lolo! ¿Por qué estás tan triste?”
“No sé cómo jugar aquí en la granja,” respondió Lolo con un suspiro.
Lulo sonrió. “No te preocupes. ¡Podemos enseñarte! ¿Te gustaría hacer un juego de barro?”
Lolo se iluminó. “¡Sí, eso suena divertido!” Y así, Lulo llevó a Lolo al charco de barro. Jugaron juntos, haciendo figuras y chapoteando. ¡Era muy divertido!
Más tarde, se unió Lola, la vaca. “¿Qué están haciendo aquí, amigos?” preguntó con su voz suave.
“¡Estamos jugando en el barro!” dijo Lolo emocionado. “¿Quieres unirte?”
Lola se rió. “¡Claro! Pero yo no puedo jugar en el barro como vosotros. Yo prefiero bailar.” Y comenzó a mover su gran cuerpo al ritmo de una canción que solo ella podía escuchar.
Lolo miró a Lola y le dijo: “¡Eso es genial! Puedo hacer piruetas mientras tú bailas.” Y así, Lolo saltó y giró mientras Lola movía su cola al compás de su danza.
Poco a poco, Lolo se dio cuenta de que, aunque era diferente, había muchas maneras de jugar y divertirse. Las risas resonaban en la granja, y Lolo se sintió más feliz que nunca. “¡Me encanta estar aquí!” exclamó.
Después de un rato, los tres amigos se sentaron a descansar bajo un árbol. “Lolo,” dijo Lili, “¿te gustaría quedarte aquí en la granja?”
“Pero… no soy un animal de granja,” respondió Lolo. “Soy un mono.”
Lulo lo miró con ojos brillantes. “¡Eso no importa! Aquí todos somos diferentes, y nos queremos tal como somos.”
Lola añadió: “Sí, Lolo. Un hogar es donde están tus amigos, y siempre serás bienvenido aquí.”
Lolo sonrió y sintió que su corazón se llenaba de alegría. “Entonces, ¡me gustaría quedarme! Pero necesito un lugar para vivir.”
“Podemos construirte un rincón especial,” sugirió Lili. “Un lugar donde puedas estar cómodo y feliz.”
Lolo saltó de emoción. “¡Eso sería increíble!” Y así, los tres amigos se pusieron manos a la obra.
Primero, buscaron ramas fuertes y hojas grandes. Lulo se revolcó en el barro para hacer una base sólida. “¡Esto será genial para que puedas trepar!” dijo mientras hacía un pequeño montículo.
Lili encontró unas flores coloridas. “¡Decoraremos tu rincón con estas flores!” Y Lola, con su gran fuerza, ayudó a colocar las ramas en su lugar.
“¡Es perfecto!” gritó Lolo mientras miraba su nuevo hogar. “¡Es justo como lo imaginaba!”
Cuando terminaron, Lolo se sintió muy agradecido. “Gracias, amigos. Nunca pensé que encontraría un hogar aquí.”
Lili, Lulo y Lola sonrieron. “Siempre serás parte de nuestra familia, Lolo. ¡Eres un gran amigo!”
Desde ese día, Lolo el Mono vivió feliz en la granja. Aprendió a jugar con sus amigos, a bailar con Lola y a picotear semillas con Lili.
Cada mañana, Lolo se despertaba con el canto de las gallinas y el mugido de las vacas. “¡Buenos días, granja!” gritaba alegremente. Y todos los animales le respondían con alegría.
Lolo entendió que no importaba que fuera un mono en una granja. Lo que realmente importaba era el amor y la amistad que compartía con sus nuevos amigos. Y así, Lolo encontró su hogar, lleno de risas, juegos y mucho cariño.
“¡Viva la granja!” gritó Lolo un día mientras saltaba de felicidad. Y todos los animales se unieron a él, celebrando la vida juntos, en su hermoso hogar.