Había una vez en lo más profundo de la selva, un niño llamado Mateo. Mateo era un niño curioso y aventurero que siempre estaba explorando los secretos de la naturaleza. Un día, mientras caminaba por el bosque, Mateo escuchó un susurro suave que lo llamaba. Se acercó lentamente a la fuente del susurro y descubrió que era el viento quien le hablaba.
«¡Hola, Mateo! Soy el viento, y tengo un mensaje importante para ti», dijo el viento en un tono suave y calmado.
Mateo se sorprendió al darse cuenta de que podía entender lo que el viento le decía. «¿Qué mensaje tienes para mí, viento?», preguntó Mateo con curiosidad.
El viento le explicó a Mateo que había escuchado a unos cazadores planeando talar árboles en la selva para vender la madera. Mateo se preocupó al escuchar esto, ya que sabía lo importante que era la selva para el equilibrio de la naturaleza y la vida de los animales que habitaban en ella.
«¡Debemos detener a los cazadores y proteger la selva!», exclamó Mateo con determinación.
El viento asintió con aprobación y juntos idearon un plan para detener a los cazadores. Mateo se adentró en la selva, siguiendo las indicaciones del viento, hasta que encontró a los cazadores preparando sus herramientas para comenzar a talar los árboles.
«¡Alto! ¡No pueden hacer esto! La selva es un hogar para muchos seres vivos, no pueden destruirla», gritó Mateo con valentía.
Los cazadores se sorprendieron al ver a un niño enfrentándolos, pero decidieron ignorarlo y continuar con sus planes. Fue entonces cuando el viento comenzó a soplar con fuerza, levantando ramas y hojas y haciendo que los cazadores retrocedieran asustados.
«¡Deténganse! La selva no debe ser dañada», dijo el viento con voz poderosa.
Los cazadores, temerosos de la fuerza del viento, decidieron abandonar sus planes y huir de la selva. Mateo y el viento se abrazaron en señal de victoria, sabiendo que habían protegido a la selva de la destrucción.
Desde ese día, Mateo continuó hablando con el viento y juntos se convirtieron en los guardianes de la selva, velando por su protección y bienestar. Y cada vez que el viento susurraba entre los árboles, Mateo sonreía sabiendo que la naturaleza estaba a salvo gracias a su amistad con el viento.