La leyenda del anillo de la condesa Clara había recorrido el pueblo durante generaciones. Se decía que quien lo poseyera podría cumplir cualquier deseo, pero a un precio escalofriante. Aún así, el joven Tomás, atrapado en la rutina de su vida, no pudo resistir la tentación.
Una noche, mientras exploraba el desván de su abuela, encontró el anillo envuelto en un paño negro. «¿Qué podría salir mal?» murmuró, colocándoselo en el dedo. En ese instante, una risa susurrante llenó la habitación.
Al día siguiente, deseó ser el mejor estudiante de su clase. En un abrir y cerrar de ojos, sus calificaciones mejoraron, pero sus compañeros comenzaron a sufrir extrañas desgracias. «Tomás, ¿por qué todos se están enfermando?» preguntó su amiga Lucía, con ojos preocupados.
«No lo sé, solo quiero ser el mejor,» respondió él, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
Con cada deseo, el costo se volvía más evidente. Su familia perdió su hogar en un incendio misterioso, y sus amigos comenzaron a alejarse. «No puedo seguir así,» pensó, pero el anillo parecía tener vida propia, susurrando promesas de poder y éxito.
Finalmente, en un momento de desesperación, deseó que todo volviera a la normalidad. El anillo brilló intensamente y, de repente, se encontró en el desván, pero todo estaba diferente. La casa, vacía y en ruinas, estaba cubierta de polvo y sombras.
«¿Qué has hecho, Tomás?» resonó una voz femenina, y al girarse, vio a la condesa Clara, con su rostro pálido y ojos vacíos. «Ahora eres mío.»
El anillo, en su dedo, comenzó a apretar, y Tomás comprendió que había perdido más que su vida; había entregado su alma. «No… no puede ser,» balbuceó, mientras su reflejo en el espejo se desvanecía lentamente.
La risa de la condesa se mezcló con el eco de sus deseos cumplidos, dejando solo un vacío en el lugar donde una vez estuvo un joven con sueños.