Era una noche de Halloween en el pequeño pueblo de Eldridge, donde las hojas caídas crujían bajo los pies y las calabazas iluminaban las calles con sus sonrisas talladas. Los niños, disfrazados de monstruos y fantasmas, recorrían las aceras en busca de dulces, pero había algo extraño en el aire. Los padres comenzaron a notar que, al mirar a sus hijos, algo faltaba. Las sombras.
“¿Has visto a los niños? No tienen sombras”, murmuró Clara, la madre de Timmy, mientras observaba a su hijo correr con su disfraz de vampiro.
“Es solo una ilusión, Clara. La luna está muy brillante esta noche”, respondió su esposo, Tomás, sin prestar mucha atención. Pero Clara no estaba convencida. La imagen de su hijo, corriendo alegremente, sin la sombra que debería seguirlo, la inquietaba.
Al caer la noche, el pueblo se sumió en un silencio inusual. Los niños regresaron a casa, sus risas se desvanecieron y las luces de las casas comenzaron a apagarse una a una. Sin embargo, Clara no podía dejar de pensar en las sombras. ¿Dónde estaban?
“Timmy, ven aquí”, llamó, mientras su corazón latía con fuerza. El niño se detuvo en seco, mirándola con ojos grandes y brillantes.
“¿Qué pasa, mamá?”, preguntó, su voz un poco temblorosa.
“¿No te parece raro que no tengas sombra esta noche?”, inquirió Clara, con un tono de preocupación.
“¿Raro? No sé…”, dijo Timmy, encogiéndose de hombros. “Solo quiero dulces.”
Clara lo miró fijamente. “Está bien, pero no te alejes de mí.”
A medida que la noche avanzaba, el aire se volvía más denso, casi palpable. Las luces de la calle parpadeaban, y Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Fue entonces cuando escuchó un susurro, como un eco lejano que parecía llamar a los niños.
“Timmy, ven aquí, por favor”, dijo Clara, intentando mantener la calma. Pero el niño, atraído por el sonido, comenzó a caminar hacia la oscuridad.
“Es solo un juego, mamá. ¡Voy a buscar a mis amigos!”, gritó, mientras se alejaba.
“¡Timmy, no!” Clara corrió tras él, pero el niño se desvaneció en la noche, como si la oscuridad lo hubiera engullido.
Desesperada, Clara buscó a su hijo, llamándolo una y otra vez, pero solo recibió silencio a cambio. Fue entonces cuando vio algo que la hizo detenerse en seco. Las sombras, que antes parecían ausentes, ahora comenzaron a surgir de la nada. Pero no eran sombras normales. Eran figuras oscuras, distorsionadas, que se movían con una fluidez antinatural.
“¿Timmy?” gritó, su voz temblando. Las sombras parecían danzar a su alrededor, sus formas retorcidas y grotescas. No eran humanas.
“¡Mamá! ¡Ayuda!” La voz de Timmy resonó, pero no provenía de su dirección. Era un eco, un lamento que venía de todas partes. Clara se sintió atrapada, rodeada por esas entidades sombrías que parecían reírse de su desesperación.
“¡Regresa, Timmy!” gritó, pero el niño no apareció. En su lugar, las sombras comenzaron a acercarse, sus formas se alargaban y retorcían, como si estuvieran buscando algo. ¿Buscando a los niños?
Fue entonces cuando Clara recordó las historias que le contaba su abuela sobre el “Día de las Sombras”, un antiguo mito que decía que en la noche de Halloween, las sombras podían cobrar vida y reclamar a aquellos que no las cuidaban. “No puede ser”, pensó, mientras un sudor frío le recorría la frente.
“¿Qué quieren de nosotros?” preguntó, su voz apenas un susurro. Las sombras se detuvieron un momento, como si la estuvieran escuchando.
“Nosotros… necesitamos… sombras”, susurraron en un coro escalofriante. “Los niños sin sombras son nuestra oportunidad.”
Clara retrocedió, sintiendo cómo el pánico la invadía. “¡No! ¡Son mis hijos! ¡No se los llevarán!”
Pero las sombras se lanzaron hacia ella, y en un instante, Clara se encontró atrapada en un remolino de oscuridad. Las figuras comenzaron a tomar forma, y entre sus contornos reconoció a los niños del vecindario, todos ellos con miradas vacías y sonrisas siniestras. No tenían sombras.
“Timmy…” murmuró, mientras una sombra se acercaba a ella. “¿Eres tú?”
“¡Mamá! ¡Ayuda!” gritó el niño, pero su voz sonaba distante, como si viniera de un lugar que no podía alcanzar.
Las sombras comenzaron a reír, un sonido que resonaba en su mente. “Los niños sin sombras son nuestros ahora. No hay vuelta atrás”.
Clara sintió que su corazón se rompía. En su desesperación, se lanzó hacia las sombras, intentando alcanzar a su hijo. Pero en el instante en que sus manos tocaron la oscuridad, todo se desvaneció.
La mañana siguiente, el pueblo despertó a un silencio inquietante. Las calles estaban vacías, las casas cerradas. Los padres, preocupados, comenzaron a buscar a sus hijos, pero no había rastro de ellos. Solo sombras vacías quedaban en el pavimento, sombras que parecían alargarse y retorcerse, como si estuvieran buscando algo que nunca encontrarían.
Y en el aire, resonaba un eco lejano, un susurro que decía: “Los niños sin sombras son nuestros ahora”.