La lluvia caía con fuerza sobre el parabrisas del coche mientras Clara, Javier, Marta y Luis se acercaban a la mansión abandonada. La estructura se erguía imponente, como un gigante dormido, en medio del bosque denso y oscuro. Habían oído rumores de que la casa estaba maldita, pero la curiosidad y el deseo de aventura los habían llevado hasta allí.
—¿Estás seguro de que esto es buena idea? —preguntó Marta, su voz temblando ligeramente.
—Vamos, Marta, no seas miedosa —respondió Javier con una sonrisa atrevida—. Solo vamos a echar un vistazo y luego nos iremos.
Luis, el más callado del grupo, miraba la mansión con una mezcla de fascinación y recelo. Clara, siempre la más valiente, fue la primera en salir del coche y dirigirse hacia la puerta principal. Los demás la siguieron de cerca, sus linternas iluminando el camino a través de la lluvia.
La puerta de la mansión estaba entreabierta, como si los invitara a entrar. Un crujido escalofriante resonó cuando Clara la empujó. El interior estaba en penumbras, con muebles cubiertos de polvo y telarañas colgando del techo. El aire era denso y frío, y un olor a humedad impregnaba el ambiente.
—Esto es increíble —dijo Clara, sus ojos brillando con emoción—. Es como si el tiempo se hubiera detenido aquí.
Mientras avanzaban por el vestíbulo, sus pasos resonaban en el silencio, creando un eco inquietante. De repente, un ruido sordo se escuchó desde el piso superior. Todos se detuvieron en seco, intercambiando miradas nerviosas.
—¿Qué fue eso? —preguntó Luis, su voz apenas un susurro.
—Probablemente solo el viento —respondió Javier, aunque su tono carecía de convicción.
Decidieron subir las escaleras, sus linternas proyectando sombras inquietantes en las paredes. Al llegar al segundo piso, encontraron un largo pasillo con varias puertas cerradas. Clara se acercó a la primera puerta y la abrió lentamente. La habitación estaba vacía, salvo por una vieja cama y un armario.
—Nada aquí —dijo Clara, pero en ese momento, un grito desgarrador resonó desde el fondo del pasillo.
Luis y Marta corrieron hacia el sonido, mientras Javier y Clara los seguían de cerca. Al llegar a la última puerta, la abrieron de golpe y encontraron una escena que los dejó helados. En el centro de la habitación, una figura espectral flotaba en el aire, sus ojos brillando con una luz siniestra.
—¡Salgan de aquí! —gritó la figura, su voz resonando como un trueno.
El pánico se apoderó del grupo. Marta salió corriendo de la habitación, pero tropezó y cayó al suelo. Luis la ayudó a levantarse mientras Javier y Clara intentaban mantener la calma.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Luis, su voz firme—. ¡Ahora!
Corrieron de regreso por el pasillo y bajaron las escaleras a toda prisa. Al llegar al vestíbulo, la puerta principal se cerró de golpe, dejándolos atrapados. La figura espectral apareció de nuevo, esta vez al pie de las escaleras.
—No pueden escapar —dijo la figura con una sonrisa macabra—. Esta es mi casa.
—¿Quién eres? —preguntó Clara, tratando de mantener la compostura.
—Soy el guardián de esta mansión —respondió la figura—. Y ustedes han invadido mi territorio.
—No queríamos causar problemas —dijo Javier—. Solo estábamos curiosos.
—La curiosidad mata al gato —replicó el guardián—. Y ahora, pagarán el precio.
De repente, las luces de las linternas comenzaron a parpadear y apagarse. El grupo quedó sumido en la oscuridad, con solo el resplandor de los ojos del guardián iluminando la habitación. Un frío intenso los envolvió, y sintieron como si algo invisible los estuviera tocando.
—¡No podemos quedarnos aquí! —gritó Marta, su voz llena de desesperación.
—¡Corran! —ordenó Luis, y todos se dirigieron hacia una de las puertas laterales, con la esperanza de encontrar una salida.
La puerta se abrió con facilidad, revelando un estrecho corredor que los llevó a una antigua cocina. El lugar estaba lleno de utensilios oxidados y muebles rotos. Al fondo, vieron una puerta trasera que parecía ser su única esperanza.
—¡Por aquí! —gritó Clara, y todos corrieron hacia la puerta.
Pero antes de que pudieran alcanzarla, el guardián apareció de nuevo, bloqueando su camino.
—No pueden escapar de mí —dijo con una risa siniestra—. Esta mansión será su tumba.
Desesperados, comenzaron a buscar otra salida. Luis notó una pequeña ventana en la parte superior de la pared y señaló hacia ella.
—¡Podemos salir por ahí! —dijo, y Javier se apresuró a ayudarlo a abrir la ventana.
Uno por uno, comenzaron a trepar por la ventana, con Marta siendo la última en salir. Justo cuando estaba a punto de pasar, sintió una mano fría agarrando su tobillo. Gritó de terror, pero Javier y Luis lograron tirar de ella y sacarla de la mansión.
Corrieron a través del bosque, sin mirar atrás, hasta que finalmente llegaron al coche. Sin perder tiempo, subieron y arrancaron el motor, alejándose a toda velocidad de la mansión maldita.
El viaje de regreso a la ciudad fue silencioso, cada uno de ellos perdido en sus pensamientos. Sabían que nunca olvidarían lo que había sucedido esa noche, y que nunca volverían a acercarse a la mansión abandonada.
Pero mientras se alejaban, ninguno de ellos se dio cuenta de que, en el asiento trasero del coche, una figura espectral los observaba con una sonrisa maliciosa. El guardián había encontrado una nueva manera de seguirlos, y su juego apenas había comenzado.
El enigma de la mansión abandonada no había terminado.