Había una vez en el bosque un osito llamado Benito. Era pequeño y peludito, con una nariz brillante y ojitos curiosos. Benito vivía con su mamá osa en una cueva acogedora, donde siempre había calidez y amor.
Un día soleado, Benito decidió explorar el bosque. «¡Voy a descubrir qué hay más allá!», dijo con entusiasmo. Mamá osa lo miró con cariño y le dijo: «¡Ten cuidado, Benito, y no te alejes mucho!».
Benito caminó entre los árboles altos y coloridos. Vio mariposas danzando y pajaritos cantando. De repente, se encontró con un riachuelo chispeante. «¡Qué divertido!», exclamó Benito, y se puso a chapotear en el agua fresca.
Después de jugar un rato, Benito se dio cuenta de que se había alejado mucho de su cueva. Empezó a sentirse un poquito asustado. Pero entonces recordó las palabras de mamá osa: «Si te pierdes, solo sigue tu nariz y encontrarás el camino de vuelta».
Siguiendo su nariz, Benito olió el dulce aroma de las bayas maduras. «¡Esa es la dirección de casa!», pensó con alegría. Siguió el olor y, poco a poco, llegó a la entrada de su cueva. Mamá osa lo estaba esperando con los brazos abiertos.
«¡Benito!», exclamó mamá osa con alivio. «Estoy tan contenta de que estés a salvo». Benito se acurrucó junto a ella y dijo: «Gracias, mamá. Aprendí que siempre puedo confiar en mi nariz para guiarme a casa».
Y así, con mamá osa a su lado, Benito se durmió feliz, sabiendo que siempre habría aventuras en el bosque, pero que su hogar siempre estaría allí, esperándolo con amor.