La niebla se arremolinaba alrededor de las lápidas como si fuera un manto etéreo, susurrando secretos olvidados por el tiempo. El cementerio de Blackwood había sido olvidado por la mayoría, pero no por todos. Para la investigadora paranormal, Elena Wolfe, este lugar era una mina de historias no contadas y de almas en pena que buscaban redención.
Elena ajustó su linterna y la cámara de visión nocturna mientras avanzaba entre las tumbas. «Este lugar tiene una energía extraña,» pensó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. No era la primera vez que se encontraba en un lugar así, pero algo en Blackwood la inquietaba más de lo habitual.
—¿Estás segura de esto, Elena? —preguntó Tom, su asistente, que la seguía de cerca con una expresión de nerviosismo en el rostro.
—Sí, Tom. He investigado este lugar durante meses. Aquí hay algo… algo que necesita ser descubierto —respondió ella, tratando de sonar más segura de lo que se sentía.
Elena había leído sobre las desapariciones misteriosas que habían ocurrido en el cementerio hace más de un siglo. Los lugareños hablaban de un grupo de espíritus vengativos que acechaban a los vivos, buscando venganza por las injusticias sufridas en vida. Aunque la mayoría lo consideraba una leyenda, Elena sabía que había algo de verdad en esas historias.
Se detuvieron frente a una antigua cripta, cuya puerta de hierro estaba cubierta de óxido y telarañas. Elena sacó un viejo diario de su mochila, el diario de un sepulturero que había trabajado en Blackwood. Según sus escritos, la cripta albergaba los restos de una familia que había sido brutalmente asesinada.
—Aquí es donde todo comenzó —dijo Elena, abriendo el diario para leer una de las entradas.
«El 13 de noviembre de 1872, la familia Crawford fue encontrada muerta. Sus cuerpos mutilados y sus almas, según dicen, atrapadas en este lugar para siempre.»
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Tom, mirando la cripta con aprensión.
—Vamos a entrar. Necesitamos respuestas y creo que las encontraremos aquí.
La puerta de la cripta se abrió con un chirrido ensordecedor, revelando un interior oscuro y polvoriento. La linterna de Elena iluminó los ataúdes alineados contra las paredes y los símbolos extraños grabados en las piedras.
—¿Qué son esos símbolos? —preguntó Tom, señalando las inscripciones.
—Son runas de protección. Alguien intentó sellar los espíritus aquí dentro —respondió Elena, sintiendo una mezcla de temor y fascinación.
De repente, un susurro helado resonó en el aire, haciendo que ambos se quedaran inmóviles.
—¿Oíste eso? —preguntó Tom, con la voz temblorosa.
—Sí, y no estamos solos —respondió Elena, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
Un viento gélido atravesó la cripta, apagando la linterna de Tom y dejando a ambos en la penumbra. Elena encendió su cámara de visión nocturna, y lo que vio la dejó sin aliento. Sombras etéreas se movían alrededor de los ataúdes, sus rostros desfigurados por el dolor y la ira.
—¡Elena, tenemos que salir de aquí! —gritó Tom, retrocediendo hacia la puerta.
—No, espera. Necesitamos comunicarnos con ellos. Tal vez podamos ayudarlos —dijo Elena, sacando un dispositivo de EVP (Fenómeno de Voz Electrónica) de su mochila.
Encendió el dispositivo y habló con voz firme:
—Somos amigos. Queremos ayudar. ¿Qué necesitan?
El dispositivo emitió un zumbido estático antes de que una voz distorsionada respondiera:
«Venganza… justicia…»
Elena sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no podía dar marcha atrás.
—¿Quién les hizo esto? ¿Cómo podemos ayudarlos? —preguntó, tratando de mantener la calma.
La voz respondió de nuevo, esta vez más clara:
«El traidor… el sepulturero… su alma también está aquí.»
Elena miró a Tom, que estaba pálido como un fantasma.
—El sepulturero… el hombre que escribió el diario. Debe haber algo más en sus escritos —dijo, hojeando frenéticamente las páginas.
Encontró una entrada que nunca había leído antes, una entrada escrita con una letra temblorosa y desesperada.
«He cometido un terrible error. Los Crawford no murieron por accidente. Fui yo, bajo la influencia de una fuerza oscura. Ahora estoy condenado a vagar por este lugar, junto a ellos.»
—Dios mío… él fue el responsable —murmuró Elena, sintiendo una mezcla de horror y compasión.
De repente, una figura espectral apareció frente a ellos. Era el sepulturero, su rostro marcado por el remordimiento.
—Por favor… ayúdenme a encontrar la paz. Libérenme de esta maldición —rogó el espíritu, sus ojos llenos de desesperación.
Elena sabía lo que tenía que hacer. Sacó una pequeña botella de agua bendita y comenzó a recitar una oración de liberación. La cripta se llenó de una luz brillante y las sombras comenzaron a desvanecerse, liberando los espíritus atrapados.
El sepulturero fue el último en desaparecer, pero antes de irse, dejó un último mensaje:
«Gracias… por fin, estoy libre.»
Elena y Tom salieron de la cripta, sintiendo una paz que no habían sentido antes. El cementerio de Blackwood seguía siendo un lugar inquietante, pero ahora sabían que las almas que habían estado atrapadas allí por fin habían encontrado su descanso eterno.
—Lo logramos, Elena. Los liberamos —dijo Tom, sonriendo por primera vez en toda la noche.
—Sí, pero nunca olvidaremos lo que vimos aquí. Este lugar tiene una historia que debe ser contada —respondió Elena, mirando el cementerio con una nueva perspectiva.
Mientras se alejaban, un último susurro resonó en el aire, un susurro de gratitud y de paz.