El susurro en el maizal

La noche de Halloween había caído como un manto oscuro sobre el pequeño pueblo de San Javier. Las calabazas iluminadas parpadeaban en cada puerta, y los ecos de risas infantiles resonaban en las calles. Sin embargo, un grupo de amigos, compuesto por Carla, Luis, Ana y Marco, decidió que la verdadera aventura les esperaba más allá de las luces y los dulces: en el temido maizal de Don Ramón.

“Vamos, no sean gallinas. Solo es un maizal”, dijo Marco, con una sonrisa desafiante.

“¿Y por qué Don Ramón no deja que nadie entre?”, preguntó Ana, nerviosa.

“Porque es un viejo loco que cree en fantasmas. ¡Vamos, será divertido!”, respondió Luis, empujando a Ana hacia el camino que conducía al campo.

Con linternas en mano, los cuatro amigos se adentraron en el laberinto de tallos altos, que se mecían suavemente con el viento. El aire era fresco, y el crujido de las hojas bajo sus pies resonaba como un eco en la oscuridad.

“¿Escucharon eso?” dijo Carla, deteniéndose en seco.

“No, ¿qué te pasa?”, respondió Marco, riendo.

“Era un susurro… como si alguien hablara”, insistió ella, mirando a su alrededor con inquietud.

“Solo es el viento. Vamos, no te asustes”, dijo Luis, tratando de calmarla. Pero en el fondo, él también sentía un escalofrío recorrer su espalda.

Continuaron avanzando, pero el ambiente se tornaba cada vez más opresivo. Los susurros comenzaron a hacerse más claros, como si las plantas mismas estuvieran hablando entre sí. “¿Qué secretos guardan?”, pensó Carla, sintiendo que algo no estaba bien.

“¿Escuchan eso?” preguntó Ana, ahora visiblemente asustada. “Deberíamos volver.”

“No, aún no hemos explorado lo suficiente”, respondió Marco, aunque su voz temblaba un poco.

Fue entonces cuando un susurro claro resonó entre los tallos: “Vengan, mis pequeños secretos…”. Carla sintió que el corazón le latía con fuerza.

“¿Qué fue eso?” preguntó Luis, su tono ahora más serio.

“Es solo nuestra imaginación, ¡sigamos!”, dijo Marco, pero su voz no tenía la misma confianza que antes.

A medida que se adentraban más, los susurros se intensificaron, revelando fragmentos de sus propios secretos. “Luis, no le has contado a nadie de tu amor por Carla…”, resonó una voz profunda. Luis se detuvo, pálido.

“¿Quién está ahí?”, gritó, pero solo recibió silencio a cambio.

“Esto no es normal, tenemos que irnos”, dijo Ana, con lágrimas en los ojos.

“¡No! ¡No podemos rendirnos ahora!”, insistió Marco, aunque su determinación comenzaba a desvanecerse.

Ana, tú siempre te has sentido menos que las demás…” Susurró el maizal, y Ana dio un paso atrás, horrorizada.

“¡Basta! ¡Dejen de decir esas cosas!”, gritó, pero los susurros continuaron, cada vez más intensos, revelando sus verdades más oscuras.

Carla, ¿realmente crees que eres su amiga?” resonó una voz burlona. Carla sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.

“Esto no es un juego, tenemos que salir de aquí”, dijo Luis, ahora con una voz temblorosa.

No pueden irse…”, susurró el maizal, y los tallos comenzaron a moverse, cerrándose a su alrededor como si tuvieran vida propia.

“¿Qué está pasando?”, gritó Ana, mientras intentaba abrirse paso entre las plantas.

“¡Corran!”, ordenó Marco, pero el miedo se había apoderado de ellos.

Mientras corrían, los susurros se convirtieron en gritos, revelando secretos que nunca quisieron enfrentar. “Luis, eres un cobarde…”, “Ana, siempre serás la olvidada…”, “Carla, nadie te quiere de verdad…”.

“¡Silencio!”, gritó Marco, pero sus palabras se perdieron en el aire.

Finalmente, llegaron a un claro, pero la salida parecía más lejana que nunca. La luna brillaba intensamente, iluminando sus rostros aterrados. “¿Dónde estamos?”, preguntó Carla, buscando respuestas en los ojos de sus amigos.

No hay salida…”, susurró el maizal, y los cuatro amigos se dieron cuenta de que estaban rodeados por un círculo de tallos que se alzaban como muros.

“Esto es una locura”, dijo Luis, su voz quebrándose.

Nadie puede escapar de sus secretos…”, resonó la voz, y en ese momento, los amigos comprendieron que el maizal no solo guardaba sus secretos, sino que se alimentaba de ellos.

“¡Ayuda!”, gritó Ana, pero su voz se desvaneció en el aire.

El maizal comenzó a cerrarse, y los amigos se miraron con terror. “No… no podemos morir aquí”, dijo Carla, mientras las sombras se acercaban.

Bienvenidos a su final…”, susurró el maizal, y en un instante, todo se volvió oscuro.

Cuando el sol salió al día siguiente, el campo de maíz estaba en silencio. Los susurros se habían apagado, y solo quedaban las calabazas en el pueblo, ajenas a lo que había sucedido. Nadie volvió a ver a Carla, Luis, Ana y Marco.

Pero algunos decían que en las noches de Halloween, si te acercabas al maizal, podías escuchar susurros que revelaban secretos… y que aquellos que los escuchaban nunca volvían a ser los mismos.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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