El eco de sus pasos resonaba por las paredes de piedra húmeda. La linterna de cabeza de Clara parpadeaba, proyectando sombras inquietantes sobre los muros. Habían descendido a las catacumbas de la antigua ciudad de Varnath con la esperanza de encontrar artefactos históricos, pero lo que encontraron fue mucho más oscuro.
—¿Seguro que es seguro? —preguntó Clara, mirando a su compañero, David.
David, un arqueólogo experimentado, asintió con una confianza que no sentía del todo.
—Lo es, Clara. Solo mantente cerca y sigue las marcas en el mapa.
El grupo lo componían cinco personas: Clara, David, el guía local llamado Miguel, y dos estudiantes de arqueología, Laura y Tomás. El aire era denso y cargado de humedad, cada respiración se sentía como un esfuerzo.
—Estas catacumbas tienen siglos de antigüedad —dijo Miguel, rompiendo el silencio—. Se dice que fueron construidas para proteger algo… o a alguien.
Laura soltó una risita nerviosa.
—¿Protección? ¿De qué?
Miguel se encogió de hombros.
—Nadie lo sabe con certeza. Pero hay historias… historias de criaturas que acechan en la oscuridad.
Tomás rodó los ojos.
—Leyendas locales para asustar a los turistas. Nada más.
A medida que avanzaban, las paredes se estrechaban y el aire se volvía más pesado. Clara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo en esas catacumbas que le erizaba la piel, una presencia que no podía explicar.
—¡Miren esto! —exclamó David, iluminando una inscripción en la pared con su linterna—. Parece latín antiguo.
Se acercaron todos para mirar. Las palabras estaban desgastadas, pero aún eran legibles.
—»Aquí yace el guardián de la oscuridad. Que su sueño nunca sea perturbado» —tradujo Laura, frunciendo el ceño—. ¿Qué demonios significa eso?
Antes de que alguien pudiera responder, un sonido extraño resonó en la distancia. Un susurro, como si el viento estuviera hablando. Pero no había viento en esas profundidades.
—¿Lo escucharon? —preguntó Clara, su voz temblando.
David asintió, sus ojos llenos de preocupación.
—Sí, lo escuché. Debemos seguir adelante, pero con cuidado.
A medida que avanzaban, el susurro se hacía más fuerte, más insistente. De repente, la linterna de Clara se apagó, sumiéndolos en una oscuridad casi total.
—¡Maldita sea! —exclamó Clara, golpeando la linterna—. ¡No es momento para esto!
Miguel encendió una antorcha, su luz parpadeante proyectando sombras danzantes en las paredes.
—No estamos solos —dijo en voz baja—. Puedo sentirlo.
Un frío glacial recorrió la columna vertebral de Clara. El susurro se convirtió en un murmullo, y luego en un gruñido gutural. Algo se movía en la oscuridad, algo que no era humano.
—¡Corran! —gritó David, tirando del brazo de Clara.
Corrieron por los estrechos pasillos, el sonido de sus pasos ahogado por el rugido de la criatura que los perseguía. Giraron una esquina y se encontraron en una sala amplia, llena de antiguos sarcófagos de piedra.
—¡Rápido, aquí! —dijo Miguel, empujando una pesada tapa de sarcófago para bloquear la entrada.
El gruñido se detuvo, y por un momento, todo quedó en silencio. Clara respiraba con dificultad, su corazón latiendo desbocado.
—¿Qué era eso? —preguntó Laura, su voz apenas un susurro.
Miguel negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero no es de este mundo.
David se acercó a uno de los sarcófagos y lo examinó.
—Miren esto —dijo, señalando una inscripción en la tapa—. «Aquí yace el guardián de la oscuridad».
—¿El mismo guardián de la inscripción anterior? —preguntó Tomás, su voz temblando.
Antes de que David pudiera responder, la tapa del sarcófago comenzó a moverse. Retrocedieron, observando con horror cómo una mano pálida y huesuda emergía de su interior.
—¡Dios mío! —gritó Clara, retrocediendo.
El guardián se levantó, su piel pálida y ojos rojos brillando en la penumbra. Era un vampiro, pero no como los de las leyendas. Este ser emanaba una oscuridad palpable, una maldad antigua y poderosa.
—Habéis perturbado mi sueño —dijo el vampiro, su voz un susurro que resonaba en sus mentes—. Y ahora, pagaréis el precio.
Miguel intentó levantar la antorcha, pero el vampiro se movió con una velocidad sobrenatural, arrebatándosela y apagándola con un simple gesto. La oscuridad los envolvió de nuevo.
—¡No! —gritó David, intentando encender otra linterna.
El vampiro se abalanzó sobre él, sus colmillos brillando. David intentó luchar, pero fue inútil. El vampiro lo mordió, succionando su vida con una ferocidad inhumana.
Clara gritó, pero su voz se ahogó en la oscuridad. Sintió una mano fría agarrar su brazo y la arrastró hacia el suelo. Luchó, pateó, pero no pudo liberarse.
—¡Clara! —gritó Laura, intentando ayudarla.
El vampiro se volvió hacia Laura, sus ojos rojos brillando con una intensidad aterradora.
—Tu turno —dijo, avanzando hacia ella.
Laura retrocedió, pero tropezó y cayó al suelo. El vampiro se abalanzó sobre ella, sus colmillos listos para morder.
—¡No! —gritó Tomás, arrojándose sobre el vampiro.
El vampiro lo apartó con un simple movimiento, como si fuera un insecto. Tomás chocó contra la pared y cayó, inconsciente.
Clara se arrastró hacia una esquina, su corazón latiendo desbocado. Sabía que no tenía escapatoria. El vampiro se volvió hacia ella, sus ojos brillando en la oscuridad.
—Has perturbado mi sueño —dijo—. Ahora, únete a mí en la oscuridad.
Clara sintió un frío glacial recorrer su cuerpo mientras el vampiro se acercaba. Sabía que era el final. Cerró los ojos, esperando el mordisco final.
Pero en lugar de dolor, sintió un extraño entumecimiento. Abrió los ojos y vio al vampiro retroceder, una expresión de sorpresa en su rostro.
—¿Qué…? —comenzó a decir, pero su voz se apagó.
El vampiro se desvaneció en la oscuridad, dejando a Clara sola y temblando. No entendía lo que había sucedido, pero no tenía tiempo para pensar. Debía encontrar una salida.
Se levantó, tambaleándose, y comenzó a caminar por los pasillos oscuros. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero finalmente vio una luz al final del túnel. Corrió hacia ella, su corazón latiendo con esperanza.
Emergió a la superficie, el aire fresco llenando sus pulmones. Miró alrededor, pero no vio a nadie. Estaba sola.
Se desplomó en el suelo, sollozando. Había sobrevivido, pero a qué costo. Sus amigos estaban muertos, y ella nunca podría olvidar lo que había visto en las profundidades de la oscuridad.
Con el tiempo, Clara se convirtió en una sombra de sí misma. Nadie creyó su historia, y la llamaron loca. Pero ella sabía la verdad. Sabía que el guardián de la oscuridad aún estaba allí, esperando a que alguien más perturbara su sueño.
Y cada noche, cuando las sombras se alargaban y el susurro del viento llenaba el aire, Clara sentía su presencia, recordándole que la oscuridad nunca se va del todo.