Era una vez un niño llamado Juan, conocido en su pueblo como Juan sin Miedo. Desde pequeño, siempre había sido valiente. Mientras otros niños se asustaban con historias de fantasmas y monstruos, Juan sonreía y decía: «¡No hay nada que temer!» Un día, decidió que quería aprender lo que era el miedo.
—Voy a enfrentar mis miedos, ¡aunque no sé qué son! —anunció Juan a sus amigos en el parque.
Sus amigos lo miraron con sorpresa.
—¿Cómo puedes enfrentar algo que no conoces? —preguntó Ana, su mejor amiga.
—¡Eso es lo que quiero descubrir! —respondió Juan con determinación.
Esa tarde, Juan se adentró en el bosque cercano al pueblo. Los árboles eran altos y sus ramas parecían brazos de gigantes. A medida que caminaba, escuchó un crujido detrás de él.
—¡Hola! —gritó Juan, intentando parecer valiente.
Un pequeño conejo salió de entre los arbustos y lo miró con curiosidad. Juan rió.
—¡No hay nada que temer! —dijo, acariciando al conejo.
Después de un rato, Juan se encontró con una cueva oscura. La entrada parecía un monstruo que lo invitaba a entrar.
—Esto debe ser aterrador —pensó—. ¡Pero yo no tengo miedo!
Con una linterna en mano, se adentró en la cueva. Las sombras danzaban a su alrededor, y el eco de sus pasos resonaba como un tambor. De repente, un murciélago voló sobre su cabeza.
—¡Ahhh! —gritó Juan, pero luego se rió—. ¡Solo un murciélago! ¡Qué divertido!
Siguió explorando hasta que llegó a un lago subterráneo. El agua era oscura y profunda, y un gran pez nadaba cerca de la orilla.
—¡Hola, pez! —saludó Juan—. No me asustas, ¡soy Juan sin Miedo!
El pez lo miró con ojos grandes y dijo:
—No todos los miedos son malos, Juan. A veces, el miedo nos protege.
Juan se quedó pensando en las palabras del pez. El miedo no siempre es algo que debemos evitar. Decidió salir de la cueva y volver a casa.
Al llegar, sus amigos lo estaban esperando.
—¿Te asustaste? —preguntó Ana, con una sonrisa.
—No, pero aprendí algo importante. El miedo puede ser útil. A veces, es bueno tener un poco de precaución.
Desde ese día, Juan sin Miedo se convirtió en Juan con Sabiduría. Aprendió que ser valiente no significaba no sentir miedo, sino saber cómo enfrentarlo. Y así, siguió explorando el mundo, siempre con una sonrisa y un corazón valiente.