Había una vez, en un hermoso bosque de eucaliptos, un pequeño koala llamado Kiko. Kiko era un koala muy curioso y le encantaba explorar su hogar. Un día, mientras paseaba por el bosque, vio algo brillante en el suelo.
“¡Oh! ¿Qué será eso?” se preguntó Kiko, acercándose con cuidado. Al agacharse, vio una hoja muy especial, que brillaba como si estuviera hecha de estrellas. “¡Es hermosa!” exclamó Kiko, tocándola con su patita.
De repente, la hoja comenzó a brillar aún más y una suave voz salió de ella. “¡Hola, Kiko! Soy la hoja mágica. Nunca me terminarás, porque siempre volveré a crecer.”
Kiko no podía creer lo que escuchaba. “¿De verdad? ¡Eso es increíble!” dijo emocionado. “¿Qué puedo hacer con una hoja mágica?”
La hoja mágica le respondió: “Puedes usarme para hacer muchas cosas, pero lo más importante es que debes compartir tu suerte con otros. La felicidad se multiplica cuando se comparte.”
Kiko pensó por un momento. “¡Claro! Puedo compartirla con mis amigos.” Con una gran sonrisa, decidió llevar la hoja mágica a su casa, donde vivía con su familia.
Cuando llegó, su mamá, la señora Koala, lo miró con curiosidad. “¿Qué traes ahí, Kiko?” le preguntó.
“¡Mira, mamá! Encontré una hoja mágica que nunca se acaba. ¡Podemos usarla para hacer muchas cosas!” dijo Kiko, agitando la hoja en el aire.
“Eso suena maravilloso, Kiko. Pero recuerda lo que dice la hoja, debes compartirla,” le recordó su mamá.
Kiko asintió con la cabeza. “¡Voy a invitar a mis amigos!” Y así, salió corriendo hacia el claro del bosque donde siempre jugaban.
Cuando llegó, vio a sus amigos: Lila, la ardilla, y Timo, el canguro. “¡Hola, amigos!” gritó Kiko. “¡Tengo algo increíble que mostrarles!”
“¿Qué es, Kiko?” preguntó Lila, saltando emocionada.
Kiko les mostró la hoja mágica. “¡Es una hoja que nunca se acaba! Podemos hacer muchas cosas divertidas con ella.”
“¡Guau! ¡Eso suena genial!” dijo Timo, moviendo su cola con entusiasmo. “¿Qué vamos a hacer primero?”
Kiko pensó un momento y luego dijo: “Podemos hacer un picnic. ¡La hoja mágica nos dará comida deliciosa!”
Los tres amigos se pusieron a trabajar. Kiko usó la hoja mágica para hacer una gran cesta llena de frutas: jugosas uvas, dulces fresas y crujientes galletas. Cuando terminaron, se sentaron en el césped y disfrutaron de su picnic.
“¡Esto es delicioso!” exclamó Lila, mientras comía una fresa. “Gracias, Kiko, por compartir la hoja mágica con nosotros.”
“¡Sí! Eres el mejor!” añadió Timo, mientras masticaba una galleta.
Pero cuando terminaron, Kiko miró la hoja y sintió que algo no estaba bien. “Chicos, creo que debemos compartir más. Hay muchos animales en el bosque que también podrían disfrutar de esto.”
“¡Tienes razón!” dijeron Lila y Timo al mismo tiempo.
Así que decidieron hacer más comida con la hoja mágica. Juntos, prepararon un gran festín y llamaron a todos los animales del bosque. Invitaron a las tortugas, los pájaros y hasta a los pequeños ratones.
Cuando todos llegaron, Kiko se sintió muy feliz al ver a sus amigos disfrutar de la comida. “¡Bienvenidos, amigos! ¡Hoy celebramos la amistad y la alegría de compartir!”
Los animales comieron, rieron y jugaron juntos. Kiko se dio cuenta de que, al compartir la hoja mágica, había creado momentos felices para todos.
Al final del día, Kiko miró a su alrededor y vio a todos sonriendo. “Gracias, hoja mágica. ¡Eres la mejor!” dijo con gratitud.
La hoja brilló suavemente. “Recuerda, Kiko, la verdadera magia está en compartir y hacer felices a los demás.”
Y así, Kiko, el pequeño koala, aprendió que la felicidad se multiplica cuando se comparte. Desde ese día, siempre usó su hoja mágica para hacer felices a sus amigos y nunca dejó de compartir su suerte con los que lo rodeaban.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.