Había una vez, en un bosque lleno de árboles altos y verdes, una pequeña ardilla llamada Luna. Luna era muy curiosa y siempre soñaba con tocar el cielo. Cada vez que miraba hacia arriba, veía las nubes blancas y esponjosas flotando, y se preguntaba: “¿Cómo será estar allí arriba?”
Un día, mientras jugaba con sus amigos, Tico el conejo y Mina la pájara, Luna les dijo: “¡Quiero escalar el árbol más alto y tocar las nubes!”.
Tico, que era un poco miedoso, respondió: “Pero Luna, ¡ese árbol es muy alto! ¿Y si te caes?”.
Mina, que siempre apoyaba a sus amigos, dijo: “¡Yo creo que es una idea maravillosa! ¡Tienes que intentarlo!”.
Luna sonrió y dijo: “¡Sí! Voy a hacerlo. ¡Voy a tocar el cielo!”.
Así que, con su corazón lleno de emoción, Luna se dirigió hacia el gran árbol que se alzaba majestuosamente en el centro del bosque. Era el árbol más alto que había visto. Sus ramas parecían tocar las nubes, y su tronco era tan ancho que tres ardillas no podrían abrazarlo juntas.
Cuando llegó al pie del árbol, miró hacia arriba y sintió un cosquilleo en su pancita. “¡Es tan alto!”, pensó. Pero no se dio por vencida. Tomó una respiración profunda y comenzó a escalar.
“¡Vamos, Luna! ¡Tú puedes!” se animó a sí misma mientras subía. Las ramas crujían suavemente bajo sus patitas. Mientras trepaba, podía ver a sus amigos desde arriba.
“¡Mira, Tico! ¡Mira, Mina! ¡Estoy en la primera rama!” gritó emocionada.
“¡Bravo, Luna! ¡Sigue subiendo!” respondieron sus amigos desde el suelo.
Luna siguió subiendo, rama por rama, sintiendo el viento suave en su pelaje. Pero, de repente, se detuvo. La rama en la que estaba se movía un poco, y su corazón comenzó a latir rápido. “¿Y si me caigo?”, pensó. Miró hacia abajo y vio a Tico y Mina mirándola con preocupación.
“¿Estás bien, Luna?” preguntó Tico.
“Sí, solo estoy un poco asustada,” respondió Luna con un susurro.
“Recuerda, no estás sola. ¡Nosotros estamos aquí contigo!” dijo Mina con una sonrisa.
Luna sintió una calidez en su corazón. “Tienes razón. No estoy sola”, se dijo a sí misma. Con renovada valentía, continuó su ascenso.
Finalmente, llegó a la cima del árbol. Cuando asomó su cabecita por encima de las hojas, ¡se quedó boquiabierta! Las nubes estaban tan cerca que parecía que podría tocarlas. Eran suaves y brillantes, como algodones de azúcar.
“¡Lo logré! ¡Estoy en el cielo!” gritó Luna llena de alegría. Pero cuando trató de tocar una nube, se dio cuenta de que no podía. Las nubes eran ligeras y se desvanecían entre sus patitas.
“¿Por qué no puedo tocarte, nube?” preguntó con tristeza.
De repente, una nube más grande se acercó. “¡Hola, pequeña ardilla!” dijo la nube con una voz suave. “No te sientas triste. No se trata de tocarme, sino de disfrutar el momento”.
“¿Disfrutar el momento?” preguntó Luna, confundida.
“Sí,” continuó la nube. “Los sueños son más bonitos cuando los compartes. ¿Por qué no invitas a tus amigos a disfrutar de este lugar mágico?”.
Luna sonrió al escuchar eso. “¡Tienes razón! ¡Voy a compartirlo con Tico y Mina!”.
Así que, con un salto ágil, Luna comenzó a bajar. Cuando llegó al suelo, corrió hacia sus amigos. “¡Tico! ¡Mina! ¡Tienen que venir! ¡El cielo es hermoso!”.
“¿De verdad?” preguntó Tico, con los ojos muy abiertos.
“Sí, ¡vengan! ¡No se lo pueden perder!” gritó Luna, llena de emoción.
Tico y Mina se miraron y decidieron seguir a Luna. Subieron juntos por el árbol, ayudándose mutuamente. Cuando llegaron a la cima, sus ojos se iluminaron.
“¡Guau! ¡Es increíble!” exclamó Tico, mirando las nubes esponjosas.
“¡Mira cómo brillan!” dijo Mina, saltando de alegría.
Luna sonrió y dijo: “¿Ven? ¡Es más bonito cuando estamos juntos!”.
Y así, los tres amigos comenzaron a jugar entre las nubes. Saltaron, rieron y disfrutaron del suave viento que los rodeaba. Se sentían felices, como si estuvieran en un sueño.
“¡Gracias, Luna!” dijo Tico. “Sin ti, nunca hubiéramos venido aquí”.
“Sí, gracias por compartir este momento con nosotros,” añadió Mina.
Luna sonrió, sintiendo que su corazón se llenaba de alegría. “Los sueños son más dulces cuando los compartimos con amigos”, pensó.
Después de un rato, decidieron que era hora de regresar al suelo. Bajaron juntos, riendo y contando historias sobre sus aventuras en el cielo.
Cuando llegaron al bosque, el sol comenzaba a ponerse. “Hoy fue un día maravilloso”, dijo Luna, mirando a sus amigos.
“Sí, ¡y todo gracias a ti!” respondió Tico.
“Siempre debemos recordar que los sueños son más bonitos cuando estamos juntos”, añadió Mina.
Y así, la pequeña ardilla, el conejo y la pájara se fueron a casa, con el corazón lleno de sueños y la promesa de nuevas aventuras por venir. Desde ese día, Luna nunca dejó de soñar, y siempre compartió sus sueños con sus amigos, porque sabía que juntos podían tocar el cielo.