La Habitación del Terror

El viejo edificio de la calle Elm había sido objeto de rumores y leyendas durante décadas. Nadie sabía con certeza qué había sucedido en la habitación del tercer piso, pero todos coincidían en que algo maligno residía allí. A pesar de las advertencias, un grupo de amigos decidió desafiar el mito y pasar una noche en la infame habitación 303.

—Vamos, no puede ser tan malo —dijo Alex con una sonrisa nerviosa mientras empujaba la puerta de la habitación.

El crujido de la madera resonó en el pasillo vacío, como un eco de advertencia. El aire dentro de la habitación estaba viciado, cargado con un olor a humedad y algo más, algo que no podían identificar. Las paredes estaban cubiertas de papel pintado desgarrado y manchas oscuras que parecían sangre seca.

—¿Alguien más siente un escalofrío? —preguntó Laura, frotándose los brazos.

—Es solo la atmósfera, ¿no? —respondió Max, tratando de sonar valiente.

La habitación parecía normal a primera vista, pero había algo en ella que hacía que la piel se les erizara. La única fuente de luz era una lámpara de pie en una esquina, cuya bombilla parpadeaba intermitentemente.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Sarah, sentándose en el borde de la cama.

—Esperamos —dijo Alex, sacando una botella de whisky de su mochila—. Esto nos ayudará a pasar el tiempo.

Las horas pasaron lentamente. La conversación se volvió forzada, y las risas nerviosas se desvanecieron en un silencio incómodo. La lámpara seguía parpadeando, proyectando sombras danzantes en las paredes.

De repente, un golpe sordo resonó desde el armario al fondo de la habitación. Todos se quedaron en silencio, mirándose unos a otros con los ojos muy abiertos.

—¿Qué fue eso? —susurró Laura, su voz temblando.

—Probablemente solo el edificio asentándose —dijo Max, aunque no sonaba muy convencido.

Alex se levantó y caminó hacia el armario. Agarró la manija y, con un último vistazo a sus amigos, abrió la puerta de golpe. El armario estaba vacío, pero el aire dentro era aún más frío que en el resto de la habitación.

—Nada —dijo Alex, cerrando la puerta con un suspiro de alivio.

Sin embargo, el alivio fue breve. La lámpara de pie se apagó de repente, sumiendo la habitación en una oscuridad total. Un grito ahogado se escapó de los labios de Sarah.

—¡Enciendan las linternas! —ordenó Alex.

Las linternas iluminaron la habitación, revelando que no estaban solos. Una figura oscura se alzaba en la esquina, justo donde había estado la lámpara. No tenía rasgos distinguibles, solo una silueta de pura oscuridad.

—¿Quién eres? —preguntó Max, su voz apenas un susurro.

La figura no respondió, pero comenzó a moverse hacia ellos, deslizándose como si flotara. Cada paso que daba parecía absorber la luz de las linternas, dejando un rastro de sombras tras de sí.

—¡Corran! —gritó Alex, pero la puerta de la habitación se cerró de golpe, atrapándolos dentro.

La figura se detuvo a unos metros de ellos y, de repente, la habitación se llenó de un sonido gutural, como un gruñido profundo y reverberante. Las paredes comenzaron a temblar, y las manchas oscuras parecieron alargarse y retorcerse, como si estuvieran vivas.

—¡No podemos salir! —gritó Laura, tirando desesperadamente de la manija de la puerta.

La figura se acercó más, y una sensación de frío helado los envolvió. Sarah comenzó a sollozar, y Max se interpuso entre ella y la figura, aunque sus piernas temblaban visiblemente.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Alex, tratando de mantener la calma.

La figura levantó una mano oscura y señaló el armario. El gruñido se intensificó, y las paredes comenzaron a agrietarse, como si algo estuviera tratando de salir de ellas.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Max, golpeando la puerta con todas sus fuerzas.

Pero la puerta no se movió. La figura seguía acercándose, y el frío se volvió insoportable. De repente, la lámpara de pie se encendió de nuevo, y la figura se desvaneció en la luz, dejando solo el sonido de su gruñido resonando en el aire.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Laura, su voz temblando.

—No lo sé, pero no pienso quedarme para averiguarlo —dijo Alex, corriendo hacia la ventana.

La ventana estaba cerrada con clavos oxidados, pero Alex comenzó a arrancarlos con desesperación. Max y Laura lo ayudaron, mientras Sarah seguía sollozando en la cama.

Finalmente, lograron abrir la ventana y comenzaron a salir uno por uno. Alex fue el último en salir, y justo cuando estaba a punto de cruzar, la lámpara se apagó de nuevo. La figura oscura reapareció, agarrando a Alex por el brazo y arrastrándolo de vuelta a la habitación.

—¡Alex! —gritó Max, tratando de sujetarlo.

Pero el agarre de la figura era demasiado fuerte. Alex fue arrastrado hacia el armario, y la puerta se cerró de golpe tras él. El gruñido se detuvo, y la habitación quedó en un silencio sepulcral.

Max, Laura y Sarah se quedaron mirando la habitación desde el exterior, sin saber qué hacer. Finalmente, Max tomó una decisión.

—Tenemos que ir a buscar ayuda —dijo, tomando a Sarah de la mano y corriendo hacia la salida.

Laura los siguió, y los tres salieron del edificio, dejando atrás la habitación del terror. Pero el recuerdo de lo que había sucedido allí los perseguiría para siempre.

Días después, la policía registró la habitación 303. No encontraron rastro de Alex, ni de la figura oscura. Solo el armario, ahora cerrado con llave, y una sensación de frío que nunca se disipaba.

La leyenda de la habitación 303 continuaría, alimentada por las historias de aquellos que habían sobrevivido. Pero nadie volvería a entrar en ese lugar maldito, donde el terror tomaba forma y acechaba a aquellos que se atrevían a desafiarlo.

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Doctor Tenebroso

Santi es el Doctor Tenebroso, un narrador maestro del terror literario. Con una pluma afilada y una habilidad magistral para crear atmósferas inquietantes, sus cuentos exploran los rincones más oscuros de la mente humana. El doctor transporta a sus lectores a mundos donde lo sobrenatural se entrelaza con lo cotidiano, dejando una estela de suspense y horror que perdura mucho después de haber pasado la última página. Sus relatos desafían convenciones y llevan a los lectores a un viaje emocionante y aterrador hacia lo desconocido.

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