La leyenda de la luna roja

En un pequeño pueblo llamado Eldoria, la vida transcurría tranquila, marcada por el ritmo de las estaciones y el susurro del viento entre los árboles. Sin embargo, todo cambió la noche en que la luna se tornó de un intenso color rojo, como si el cielo hubiera derramado su sangre en el satélite. Aquella visión, que se repetía cada mil años, despertó viejas leyendas que los ancianos del lugar solían contar alrededor del fuego.

La joven Alia, de apenas veinte años, se encontraba en la plaza del pueblo cuando el fenómeno celestial tuvo lugar. Sus ojos, grandes y curiosos, reflejaban la luz carmesí que iluminaba el cielo. La gente murmuraba, algunos aterrados, otros fascinados. La anciana Mara, la más sabia del pueblo, se acercó a Alia con un semblante grave.

Esto no es un buen augurio, niña —dijo Mara, con su voz temblorosa—. La luna roja trae consigo la llegada de los espectros. La leyenda dice que solo una elegida puede detener su furia.

Alia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las historias sobre los espectros eran temidas por todos. Se contaba que eran almas en pena que buscaban venganza, y que la luna roja les otorgaba un poder inmenso. Sin embargo, también había una profecía que hablaba de una joven con un corazón puro que podría restaurar el equilibrio.

— ¿Y cómo puedo ayudar? —preguntó Alia, sintiendo que su destino estaba entrelazado con la leyenda.

Mara la miró fijamente.

Deberás encontrar el Cristal de la Verdad, un objeto que se encuentra en la montaña de los Susurros. Solo aquel que lo posea podrá enfrentar a los espectros y devolver la paz a Eldoria. Pero ten cuidado, Alia, los peligros son muchos y la luna roja no se apaga fácilmente.**

Alia asintió, decidida. La idea de ser la elegida le llenaba de una mezcla de miedo y emoción. Esa misma noche, preparó una pequeña mochila con provisiones y partió hacia la montaña. El camino estaba cubierto de sombras, y el aire se sentía pesado. A medida que avanzaba, el eco de sus pasos resonaba en el silencio, como si la misma montaña la estuviera observando.

Al llegar a la base de la montaña, se encontró con un viejo puente de madera que crujía al pisarlo. Al otro lado, el sendero se adentraba en un bosque denso. Allí, la luz de la luna roja apenas penetraba, creando un ambiente casi onírico. Mientras cruzaba, una figura apareció ante ella, emergiendo de las sombras.

¿Quién osa perturbar la paz de los Susurros? —preguntó una voz profunda y resonante.

Alia se detuvo en seco. Era un guardián de la montaña, un ser de aspecto imponente, con ojos que brillaban como estrellas.

— Soy Alia, del pueblo de Eldoria. He venido en busca del Cristal de la Verdad —respondió, intentando no dejar que el miedo la dominara.

El guardián la observó con detenimiento. Luego, su rostro se suavizó.

No es común que un mortal busque el cristal. La mayoría teme lo que hay aquí. Pero veo en ti una chispa de valentía. Sin embargo, el camino no será fácil. Debes enfrentarte a tus miedos más profundos. ¿Estás dispuesta a hacerlo?

Alia respiró hondo. Sabía que no había vuelta atrás.

Sí, estoy lista. Haré lo que sea necesario para proteger a mi pueblo.

El guardián asintió y, de repente, el aire se volvió denso y oscuro. Las sombras comenzaron a tomar forma, convirtiéndose en figuras conocidas: sus miedos, sus inseguridades, sus traumas. Alia se encontró rodeada de visiones de su pasado, de momentos de dolor y soledad.

¡No! —gritó, intentando disipar las sombras—. No dejaré que me controlen.

Con cada palabra que pronunciaba, las sombras se desvanecían lentamente. Alia se dio cuenta de que su fuerza provenía de su aceptación de sí misma, de sus errores y de su historia. Finalmente, el último espectro se disipó, y el guardián la miró con admiración.

Has superado la primera prueba. Ahora, sigue adelante. El cristal te espera.

Alia continuó su camino, sintiendo que la luna roja brillaba más intensamente a medida que avanzaba. Finalmente, llegó a una cueva oculta tras una cascada. El sonido del agua era ensordecedor, pero en su interior, un silencio reverencial la envolvió. En el centro de la cueva, sobre un pedestal de piedra, yacía el Cristal de la Verdad, resplandeciente y pulsante.

Tómalo, Alia. —La voz del guardián resonó en su mente—. Pero recuerda, el verdadero poder del cristal radica en tu corazón.

Con manos temblorosas, Alia tomó el cristal. Una oleada de energía recorrió su cuerpo, y en ese instante, comprendió que su misión no solo era enfrentar a los espectros, sino también descubrir la verdad sobre sí misma y sobre su pueblo.

Al salir de la cueva, la luna roja se encontraba en su punto más alto. Alia se dirigió de regreso al pueblo, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sin embargo, también sentía una nueva determinación. Al llegar, el ambiente era tenso. Los habitantes de Eldoria se encontraban reunidos en la plaza, aterrados por las visiones que la luna roja había desatado.

¡Alia! —gritó Mara al verla—. ¿Has encontrado el cristal?

Sí, y estoy lista para enfrentar a los espectros. —respondió Alia, levantando el cristal en alto.

Los murmullos se apagaron y todos la miraron con esperanza. Alia sintió que el cristal vibraba en su mano, como si respondiera a la energía del pueblo. Sin embargo, en ese momento, las sombras comenzaron a materializarse en el horizonte, formando figuras espectrales que avanzaban hacia ellos.

¡Deteneos! —gritó Alia, levantando el cristal—. No venimos a pelear. Venimos a buscar la verdad.

Los espectros se detuvieron, sus ojos vacíos fijos en ella. Una de las figuras, más prominente que las demás, dio un paso adelante. Era una mujer de belleza etérea, con una tristeza profunda en su mirada.

¿Qué verdad buscas, mortal? —preguntó, su voz un eco doloroso.

Alia sintió que el cristal pulsaba con fuerza, y recordó las palabras del guardián. La verdad reside en el corazón.

Busco entender por qué están aquí, por qué la luna roja les ha devuelto a este mundo. —respondió, su voz firme—. No quiero luchar, quiero ayudar.

La mujer espectral la observó con curiosidad.

Hemos sido olvidados por los vivos. Nuestras historias han sido borradas, nuestros nombres perdidos. La luna roja nos ha traído de vuelta para que recordéis.

Alia sintió un nudo en la garganta. Comprendía el dolor de los espectros. Eran almas que habían sido ignoradas, que buscaban ser escuchadas. Con el cristal en mano, se concentró y comenzó a hablar.

Escuchadme, habitantes de Eldoria. Estos espectros son parte de nuestra historia. No debemos temerles, sino aprender de ellos.

La multitud murmuró, algunos temerosos, otros intrigados. Alia sintió que el cristal brillaba aún más intensamente, y las sombras comenzaron a transformarse en imágenes, recuerdos de la historia del pueblo: amores perdidos, traiciones, sacrificios. Cada espectro se convirtió en un relato, y los habitantes comenzaron a recordar.

No somos enemigos, somos parte de lo que fueron y lo que somos. —dijo la mujer espectral, su voz resonando en el aire—. Si nos olvidáis, nunca hallaréis la paz.

Alia miró a su alrededor, viendo cómo las emociones afloraban en los rostros de su gente.

Debemos honrar sus historias. Solo así podremos romper la maldición de la luna roja. —exclamó, sintiendo que la conexión entre el pueblo y los espectros se fortalecía.

Con cada palabra, el cristal comenzó a brillar con una luz cálida. Las sombras se disolvían lentamente, y los espectros sonreían, sus rostros iluminándose por primera vez en siglos.

Gracias, Alia. —dijo la mujer espectral—. Has traído la verdad de vuelta a nuestros corazones. Ahora podemos descansar.

Y así, uno a uno, los espectros comenzaron a desvanecerse, llevándose consigo el peso de la tristeza. La luna roja, en lugar de ser una señal de terror, se convirtió en un símbolo de renacimiento. Alia, con el cristal aún en mano, sintió que su misión había sido cumplida.

El pueblo, una vez más, era un lugar de esperanza. La historia de Eldoria se tejió con las leyendas de aquellos que habían partido, y Alia se convirtió en la guardiana de esas historias, asegurándose de que nunca fueran olvidadas.

La luna roja puede regresar, pero siempre habrá una verdad que recordar. —susurró, mirando hacia el cielo, donde la luna comenzaba a desvanecerse, dejando un rastro de luz dorada en su camino.

Y así, la leyenda de la luna roja se convirtió en un relato de unidad, donde el pasado y el presente se entrelazaban en un abrazo eterno.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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