—¿Has oído hablar del bosque de los susurros? —preguntó Clara, con una sonrisa burlona.
Javier frunció el ceño. —No me digas que crees en esas tonterías.
Esa noche, la luna brillaba con fuerza, y la curiosidad pudo más que el miedo. Decidieron adentrarse en el bosque, riendo y desafiando la leyenda.
Pronto, el aire se volvió pesado. Susurros apenas audibles danzaban entre los árboles. Clara se detuvo, su rostro pálido. —¿Lo escuchas?
—Es solo el viento —respondió Javier, aunque su voz temblaba.
Pero los susurros crecieron, formando palabras que retumbaban en sus mentes. «Venganza… no regresarán…»
—Esto no es divertido —murmuró Clara, mientras el viento parecía jugar con su cabello.
Javier, decidido a demostrar su valentía, gritó: —¡Soy más fuerte que cualquier leyenda!
De repente, el bosque se oscureció. Las sombras se alargaron y los árboles comenzaron a moverse. Una risa escalofriante resonó en el aire.
—¿Qué has hecho? —gritó Clara, mientras un frío helado la envolvía.
Las voces se intensificaron. —Tú nos escuchaste… ahora eres parte de nosotros.
Javier intentó correr, pero sus pies estaban pegados al suelo. Las raíces emergieron, atrapándolo.
—¡Clara! ¡Ayúdame! —su voz se tornó en un grito desesperado.
Ella, paralizada, solo pudo observar cómo su amigo era absorbido por la tierra.
—No… ¡No! —gritó, pero el bosque la envolvió. Los susurros ahora eran su voz.
Al amanecer, el bosque permanecía en silencio. Nadie regresó para contar la historia, pero los susurros continuaron, esperando a su próxima víctima.