La luna llena iluminaba el pequeño pueblo de San Javier, proyectando sombras alargadas que danzaban en las calles desiertas. Era una noche de verano, pero el aire estaba cargado de una tensión que hacía que los pelos de la nuca se erizaran. Los habitantes, conscientes de las leyendas que circulaban sobre la existencia de hombres lobo, se refugiaron en sus casas, sellando puertas y ventanas. Sin embargo, un grupo de valientes decidió que no se dejarían llevar por el miedo.
En la plaza central, un pequeño grupo se reunió bajo el tenue resplandor de una farola parpadeante. Entre ellos estaban Clara, la maestra del pueblo; Tomás, el carnicero; y Luis, un exmilitar que había regresado de la guerra.
—No podemos quedarnos aquí, esperando que vengan a devorarnos —dijo Luis, con la voz firme y decidida—. Necesitamos un plan.
Clara asintió, aunque su rostro mostraba una mezcla de determinación y miedo.
—¿Y qué propones, Luis? —preguntó Tomás, mientras afilaba un cuchillo de caza que había traído consigo—. No sabemos cuántos son.
—No importa cuántos sean —respondió Luis—. Si nos unimos y luchamos, podemos defender nuestro hogar.
El aire se volvió pesado, y el silencio que siguió fue interrumpido por un aullido lejano que resonó en la noche. Los tres se miraron, y el miedo se instaló en sus corazones.
—Ese fue muy cerca —murmuró Clara, temblando—. Debemos actuar rápido.
Decididos a enfrentar la amenaza, comenzaron a formar un plan. Reunieron armas improvisadas: hachas, palos, y el cuchillo afilado de Tomás. Mientras tanto, el aullido se repetía, más cerca esta vez.
—Escuchen —dijo Luis, tomando la palabra—. Si vemos a uno de esos monstruos, no debemos dudar. Atacamos en grupo.
Con la adrenalina corriendo por sus venas, se dispersaron por las calles, alertando a otros vecinos para que se unieran a la lucha. Cada vez que un aullido resonaba, el grupo se tensaba, pero la determinación de luchar por su hogar los mantenía unidos.
Al llegar a la casa de Doña Elena, la anciana del pueblo, encontraron a varios vecinos reunidos, temerosos pero dispuestos a luchar.
—¡Esos monstruos no nos van a quitar nuestra libertad! —gritó Tomás, levantando su cuchillo—. ¡Vamos a defendernos!
—¿Y cómo? —preguntó un hombre mayor, con voz temblorosa—. ¿Qué sabemos de ellos?
—Sabemos que son rápidos y fuertes —respondió Luis—. Pero también sabemos que son seres humanos. Si los atrapamos en grupo, podemos vencerlos.
El grupo se armó de valor y se dirigieron al bosque que bordeaba el pueblo, donde se decía que los hombres lobo se escondían. La luna brillaba intensamente, y el bosque parecía cobrar vida con cada crujido de las ramas.
—No podemos separarnos —advirtió Clara—. Mantengámonos juntos.
Mientras avanzaban, el aire se volvió más frío, y un silencio inquietante envolvió el lugar. De repente, un aullido desgarrador resonó en el aire, y un grupo de criaturas emergió de las sombras. Eran altos, con ojos amarillos que brillaban en la oscuridad y colmillos afilados que relucían a la luz de la luna.
—¡Ahora! —gritó Luis, levantando su hacha.
El grupo atacó con furia, pero los hombres lobo eran más rápidos de lo que habían anticipado. Uno de ellos se lanzó hacia Tomás, quien logró esquivarlo por poco, pero no sin recibir un rasguño profundo en su brazo.
—¡Maldita sea! —gritó, mientras caía al suelo, sosteniendo su herida—. ¡Ayuda!
Clara corrió hacia él, pero un hombre lobo se interpuso en su camino. Con un grito de desesperación, sacó un palo y lo golpeó en la cabeza. La criatura se tambaleó, pero rápidamente se recuperó y contraatacó.
—¡Clara, cuidado! —gritó Luis, pero era demasiado tarde. La bestia se lanzó sobre ella, y el horror se apoderó del grupo.
Mientras la lucha continuaba, Luis se dio cuenta de que estaban perdiendo. La valentía de su grupo se desmoronaba ante la ferocidad de las criaturas.
—¡Retirada! —gritó, tratando de mantener la calma—. ¡Regresemos al pueblo!
Sin embargo, el caos se había desatado. Los hombres lobo atacaban con ferocidad, y uno de ellos se abalanzó sobre Luis. Con un movimiento rápido, logró esquivar el ataque, pero no sin dejar una marca en su brazo.
—¡No podemos dejar a Clara! —gritó Tomás, mientras intentaba levantarse.
—¡Ella ya está perdida! —respondió Luis, mientras empujaba a Tomás hacia atrás—. ¡Vámonos!
Con el corazón en la garganta, el grupo comenzó a retroceder, pero no sin que varios de ellos cayeran en el camino. El bosque se había convertido en un campo de batalla, y las criaturas estaban decididas a acabar con ellos.
Finalmente, lograron llegar a la plaza del pueblo, donde un grupo de vecinos se había reunido, armados con antorchas y herramientas.
—¡Rápido, enciendan las antorchas! —gritó Luis, mientras trataba de recuperar el aliento.
La luz de las antorchas iluminó la plaza, y los hombres lobo se detuvieron, confundidos por la repentina luz. Sin embargo, no se detuvieron por mucho tiempo. La rabia en sus ojos era evidente, y comenzaron a avanzar de nuevo.
—¡No podemos dejar que entren al pueblo! —gritó Clara, que había logrado escapar, aunque herida—. ¡Defiéndanse!
El grupo se organizó rápidamente, formando una línea de defensa. Las antorchas ardían, y el fuego parecía mantener a las criaturas a raya, pero no por mucho tiempo.
—¡A la izquierda! —gritó Tomás, mientras un hombre lobo se lanzaba hacia él.
Con un movimiento rápido, logró clavarle el cuchillo en la parte lateral, pero la criatura no se detuvo. En un giro brutal, lo agarró del brazo y lo lanzó contra la pared. El sonido del impacto resonó en la noche, y el grito de dolor de Tomás fue ahogado por la furia de la batalla.
Luis, viendo cómo su amigo caía, se lanzó al ataque. Con su hacha en mano, golpeó a la bestia en la cabeza, y esta cayó al suelo, inerte. Pero el alivio fue breve, ya que más hombres lobo emergieron de las sombras, y el grupo comenzó a desmoronarse.
—¡No! —gritó Clara, mientras otro hombre lobo se abalanzaba sobre Luis.
Él logró esquivarlo, pero no sin recibir un rasguño profundo en su costado. La sangre manaba, y la lucha se volvía cada vez más desesperada.
—¡No podemos seguir así! —gritó Luis, mientras caía de rodillas—. ¡Necesitamos una salida!
En ese momento, una idea desesperada cruzó por su mente.
—¡El fuego! —gritó, mientras miraba las antorchas—. ¡Si logramos atraerlos hacia el fuego, podemos acabar con ellos!
Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr hacia las antorchas, seguido por Clara y algunos otros. Los hombres lobo, atraídos por el movimiento, se lanzaron tras ellos.
—¡Ahora! —gritó Luis, mientras arrojaba una antorcha al suelo, creando un círculo de fuego.
Las criaturas se detuvieron, confundidas por la barrera de llamas. Pero antes de que pudieran celebrarlo, un aullido resonó en la noche, y Luis se dio cuenta de que no estaban solos.
Desde el fondo del bosque, otro grupo de hombres lobo apareció, más feroces y numerosos. La esperanza se desvaneció en un instante.
—¡Retirada! —gritó Clara, mientras la desesperación se apoderaba de ellos.
El grupo comenzó a retroceder, pero la presión de los hombres lobo era implacable. Uno a uno, comenzaron a caer. Luis se dio cuenta de que no había forma de escapar.
—¡No! —gritó, mientras veía caer a Clara, atrapada entre dos criaturas—. ¡No!
Con un grito de rabia, se lanzó hacia ellas, pero fue demasiado tarde. La imagen de Clara siendo arrastrada hacia la oscuridad lo persiguió mientras él trataba de luchar.
Finalmente, el fuego comenzó a extinguirse, y los hombres lobo se lanzaron sobre ellos, implacables. Luis, herido y agotado, se dio cuenta de que no había escapatoria.
—¡Esto no puede estar pasando! —gritó, mientras caía al suelo, rodeado de sombras.
En un último esfuerzo, levantó su hacha, pero antes de que pudiera hacer algo, una de las criaturas se lanzó sobre él. La oscuridad lo envolvió, y el último sonido que escuchó fue el aullido de las bestias, resonando en la noche.
La luna llena seguía brillando en el cielo, indiferente al destino de San Javier. La noche de las bestias había llegado, y con ella, la certeza de que la lucha había sido en vano.
El pueblo, una vez lleno de vida y esperanza, se convirtió en un eco de lo que había sido. Las sombras se adueñaron de las calles, y el silencio se apoderó de un lugar que jamás volvería a ser el mismo.