Marta se despertó de un sueño inquieto, el reloj marcaba las 3:00 a.m. Su corazón latía desbocado. El teléfono sonó, cortando el silencio de la noche. Con manos temblorosas, contestó.
—¿Quién es? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—Has sido marcada, Marta. El vampiro vendrá por ti.
La risa del desconocido resonó en el auricular, un eco escalofriante que hizo que su piel se erizara. Cada noche, la misma llamada, la misma advertencia. Pero esta vez, algo en su voz la inquietó más que de costumbre.
—¿Por qué me haces esto? —gritó, sintiendo que la rabia sustituía al miedo.
—Porque te he estado observando. Él tiene sed, y tú eres su elección.
Marta colgó, el pánico se apoderó de ella. Miró por la ventana, la luna llena iluminaba su calle desierta. Un susurro helado recorrió su espalda.
—No puedes escapar.
Se giró bruscamente. La sombra en la esquina de la habitación se movió. Un hombre alto, con ojos que brillaban como carbones encendidos, sonrió.
—¿Te acuerdas de mí? —preguntó, acercándose lentamente.
—¡No! —gritó, retrocediendo.
—Soy el que te llamó. Soy el vampiro.
El aire se volvió denso, y el miedo la paralizó. Marta comprendió, en un instante desgarrador, que la llamada no era una advertencia, sino un aviso del destino.
—No… ¿Qué quieres de mí?
—Tu sangre, querida. Eres perfecta.
El hombre extendió su mano, y en ese momento, Marta comprendió que no había escapatoria. La noche se tragó su grito mientras la oscuridad se cernía sobre ella, y el teléfono sonó de nuevo, esta vez, en su propia mente.