Marta compró un antiguo espejo en una tienda de antigüedades, atraída por su marco dorado y sus intrincados detalles. Aquella noche, mientras se cepillaba el cabello frente al espejo, notó una sombra moverse detrás de ella. Se giró rápidamente, pero no había nadie.
Desconcertada, volvió a mirar el espejo y la sombra reapareció, más definida esta vez, mostrando la figura de una mujer con ojos vacíos. Marta, aterrorizada, intentó alejarse, pero sus pies parecían pegados al suelo. La mujer en el espejo extendió su mano y atravesó el vidrio, sujetando a Marta por el brazo.
Sintió un frío intenso recorrer su cuerpo mientras la mujer la arrastraba hacia el espejo. Marta gritó, pero su voz se apagó al cruzar el umbral de cristal. En un instante, la habitación quedó vacía, y el espejo volvió a su apariencia normal, excepto por un pequeño detalle: el reflejo de Marta ahora estaba atrapado en el fondo, sus ojos vacíos y su boca abierta en un grito silencioso.