Era una noche oscura y fría en el pequeño barrio de San Pedro. Los niños del vecindario, Ana, Luis y Carla, habían escuchado rumores sobre el parque del barrio. Decían que al anochecer, extrañas sombras cobraban vida y se movían entre los árboles y los columpios. Los tres amigos decidieron averiguar si los rumores eran ciertos.
—¿Estás seguro de que esto es una buena idea? —preguntó Carla, mientras caminaban hacia el parque.
—Claro que sí —respondió Luis, tratando de sonar valiente—. Solo son cuentos de viejas. No hay nada que temer.
Ana, que era la más curiosa de los tres, no podía contener su emoción. Le fascinaban los misterios y estaba decidida a descubrir la verdad.
Cuando llegaron al parque, la luna llena iluminaba tenuemente los columpios y el tobogán. Todo parecía normal, pero había algo inquietante en el aire. Los árboles se mecían suavemente con el viento, creando sombras que parecían moverse por sí solas.
—¡Miren eso! —exclamó Ana, señalando una sombra que parecía deslizarse por el suelo.
—Es solo el viento —dijo Luis, aunque su voz temblaba un poco.
De repente, una risa suave y escalofriante resonó en el aire. Los tres amigos se quedaron quietos, con el corazón latiendo a toda velocidad.
—¿Qué fue eso? —preguntó Carla, aferrándose al brazo de Ana.
—No lo sé, pero creo que deberíamos investigar —dijo Ana, tratando de sonar más valiente de lo que se sentía.
Se adentraron más en el parque, siguiendo la risa que parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. De repente, una sombra alta y delgada apareció frente a ellos. Sus ojos brillaban con una luz extraña.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó la sombra con una voz profunda y resonante.
—S-somos Ana, Luis y Carla —respondió Ana, tratando de mantener la calma—. Solo queríamos saber qué estaba pasando en el parque.
La sombra los miró fijamente durante unos segundos antes de responder.
—Este parque está lleno de historias y secretos. Al anochecer, las sombras cobran vida para protegerlo. No tienen nada que temer si vienen con buenas intenciones.
—Solo queríamos saber la verdad —dijo Luis, finalmente encontrando su voz—. No queremos causar problemas.
La sombra asintió lentamente.
—En ese caso, les mostraré algo especial.
La sombra se movió hacia un rincón del parque donde había un viejo roble. Tocó el tronco y, de repente, el árbol se abrió, revelando una puerta secreta. Los niños se miraron entre sí, llenos de asombro.
—Entren —dijo la sombra—. Verán la verdadera magia del parque.
Con el corazón latiendo de emoción, los tres amigos entraron por la puerta. Dentro, encontraron un mundo mágico lleno de luces brillantes y criaturas fantásticas. Había hadas, duendes y animales que hablaban.
—¡Esto es increíble! —exclamó Carla, maravillada por lo que veía.
—Este es el corazón del parque —dijo la sombra—. Es un lugar de magia y sueños. Pero solo aquellos con corazones puros pueden verlo.
Ana, Luis y Carla pasaron horas explorando el mundo mágico, hablando con las criaturas y aprendiendo sobre los secretos del parque. Finalmente, la sombra les dijo que era hora de regresar.
—Recuerden, siempre serán bienvenidos aquí si vienen con buenas intenciones —dijo la sombra antes de despedirse.
Los niños salieron del parque justo cuando el sol comenzaba a salir. Se miraron entre sí, sabiendo que habían vivido una aventura que nunca olvidarían.
—¡Vaya noche! —dijo Luis, sonriendo ampliamente.
—Sí, fue increíble —respondió Carla—. ¡No puedo esperar para contarle a todos!
Ana asintió, pero sabía que no todos les creerían. Al fin y al cabo, algunas cosas son más mágicas cuando se mantienen en secreto.
Y así, los tres amigos regresaron a sus casas, sabiendo que habían descubierto un mundo de magia y sombras en la sombría noche del parque.