La mansión de los Arrieta había estado vacía durante más de tres décadas. Sus paredes, cubiertas de hiedra y sombras, parecían susurrar secretos a quienes se atrevían a acercarse. Sin embargo, la familia Mendoza, atraída por el bajo precio y la promesa de un nuevo comienzo, decidió mudarse allí sin conocer la historia oscura que la envolvía.
—Mira, cariño, ¡tiene tanto potencial! —exclamó Clara, mientras recorría el amplio salón, sus manos acariciando el polvo acumulado en los muebles.
—Sí, pero… ¿no te parece un poco… tétrica? —respondió su esposo, Javier, con un leve temblor en la voz. La atmósfera era densa, y el eco de sus pasos resonaba como un lamento.
Clara sonrió, ignorando la inquietud de su marido. Para ella, aquella mansión era un lienzo en blanco. Pero Javier no podía sacudirse la sensación de que algo lo observaba, algo que había estado esperando mucho tiempo para despertar.
Esa noche, mientras el viento aullaba fuera, Javier se despertó de un sueño agitado. Una risa lejana resonaba en la oscuridad, como si alguien se burlara de él. Se incorporó en la cama, el corazón latiendo con fuerza.
—¿Clara? —llamó, pero solo obtuvo silencio a cambio. Se levantó, sintiendo que una sombra lo seguía. Cuando llegó al pasillo, notó algo extraño en la pared: una pequeña puerta, apenas visible, que nunca había visto antes.
Con el pulso acelerado, se acercó. La puerta estaba entreabierta y, al asomarse, vio un pequeño cuarto lleno de juguetes rotos y objetos olvidados. En el centro, un viejo espejo cubierto de polvo reflejaba su figura distorsionada. Pero al mirar más de cerca, se dio cuenta de que no estaba solo.
—¿Quién eres? —preguntó, sintiendo que su voz temblaba.
—Soy el que ha sido olvidado —respondió una voz suave y burlona. Ante él apareció un duende, con ojos brillantes y una sonrisa torcida. Su piel era de un verde pálido, y su cabello desordenado caía sobre su rostro. —Me llamo Tink, y he estado esperando a alguien como tú.
Javier retrocedió, el horror apoderándose de él. —¿Qué quieres de mí?
—Venganza —dijo Tink, acercándose con pasos cortos pero rápidos. —Esta casa fue mía antes de que la abandonaran. Te daré una oportunidad de salir, pero solo si me ayudas a recuperar lo que es mío.
Javier sintió un escalofrío recorrer su espalda. —¿Recuperar qué?
—Todo lo que me arrebataron —susurró el duende, su voz llena de rencor. —La familia que vivió aquí antes de ti me desterró. Ahora quiero que sientas su dolor.
Despertó en su cama, empapado en sudor, convencido de que había sido un mal sueño. Pero al mirar a su alrededor, vio que Clara no estaba. Se levantó rápidamente y la buscó por la casa, llamándola en voz alta.
—¡Clara! —gritó, pero solo el eco de su propia voz le respondió.
Finalmente, la encontró en el jardín, mirando hacia el bosque que bordeaba la propiedad. Su rostro estaba pálido, y sus ojos reflejaban un miedo profundo.
—¿Qué sucede? —preguntó Javier, preocupado.
—Sentí… algo —respondió Clara, temblando. —Es como si la casa estuviera viva. Me llamó.
—No digas eso. Es solo un lugar viejo y abandonado. Debemos salir de aquí.
Pero Clara no se movió. En su mente, las palabras de Tink resonaban. La casa fue mía antes de que la abandonaran. Ella sintió que había algo más, algo que la atraía.
A medida que pasaban los días, las cosas se volvieron extrañas. Objetos desaparecían y volvían a aparecer en lugares inesperados. Ruidos inexplicables llenaban la casa por la noche, y sombras danzaban en las esquinas de su visión. Javier comenzó a perder la cordura, mientras Clara se sumía en una obsesión por el pasado de la mansión.
—Necesitamos irnos —insistió Javier, su voz casi suplicante.
—No puedo —respondió Clara, con una mirada distante. —Siento que estoy conectada a este lugar. Hay algo que debo descubrir.
Una noche, mientras Clara exploraba el desván, encontró un viejo diario. Las páginas estaban amarillentas y desgastadas, pero las palabras eran claras: El duende Tink fue desterrado por la familia Arrieta, y su venganza es eterna. Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Javier, ven aquí —llamó, su voz temblando.
Cuando él llegó, Clara le mostró el diario. —Mira esto. Este duende… está maldito. Necesitamos ayudarlo.
—¿Estás loca? —gritó Javier, frustrado. —No podemos ayudar a un duende. Solo quiere hacernos daño.
Pero Clara estaba decidida. Esa noche, mientras Javier intentaba dormir, ella se adentró en el bosque, guiada por una fuerza que no podía resistir. Al llegar a un claro, se encontró con Tink, quien la esperaba con una sonrisa siniestra.
—Has venido, finalmente —dijo el duende, su voz suave como el susurro del viento.
—Quiero ayudarte —respondió Clara, sintiendo que su voluntad se desvanecía ante su presencia.
—¿Ayudarme? ¡No! —Tink rió, una risa que resonó en el aire frío. —Quiero que me ayudes a desatar mi venganza.
Mientras tanto, Javier se despertó con un grito. El silencio que había invadido la casa lo envolvió como una niebla. Salió corriendo al bosque, llamando a Clara.
—¡Clara! —gritó, su voz resonando en la oscuridad.
Al llegar al claro, vio a Clara de pie, inmóvil, con una mirada de trance. Tink estaba a su lado, y al ver a Javier, el duende sonrió.
—Ah, el esposo. Justo a tiempo para la diversión —dijo, acercándose a Javier con pasos cortos.
—¡Clara, sal de ahí! —gritó Javier, desesperado.
Pero Clara no respondía. En su mente, las palabras de Tink resonaban como un eco interminable. La venganza es lo único que importa.
—Ella es mía ahora —dijo Tink, sus ojos brillando con una luz maligna. —Y tú, querido esposo, serás el siguiente en sentir mi ira.
Javier sintió un terror abrumador. —No, Clara, ¡despierta!
Tink levantó su mano, y el aire se volvió pesado. Las sombras comenzaron a cobrar vida, danzando a su alrededor. Javier intentó moverse, pero su cuerpo estaba paralizado por el miedo.
—¿Ves? —susurró Tink, acercándose. —La casa siempre tiene un precio. Este lugar es un refugio para los olvidados, y tú has sido elegido para unirte a ellos.
Javier, en un último intento, se lanzó hacia Clara, pero la figura de Tink se interpuso, y un grito desgarrador salió de la boca de Clara.
—¡No! —gritó Javier, mientras el duende reía, una risa que resonó en la oscuridad como un eco de locura.
La luz de la luna iluminó el claro, y Javier sintió que su corazón se detenía al ver cómo Clara se desvanecía, absorbida por la sombra del duende.
—No puedes salvarla —susurró Tink, su voz un canto de triunfo. —Ella es parte de mí ahora.
Javier, consumido por la desesperación, cayó de rodillas. La risa del duende resonaba en su mente, y el bosque se llenó de ecos de dolor y sufrimiento.
—Eres el siguiente —dijo Tink, acercándose a él.
En ese momento, Javier comprendió que la mansión no solo era un lugar abandonado. Era un portal, un refugio para los olvidados, y él había sido el elegido para un destino aterrador.
Mientras su visión se oscurecía, el último pensamiento que cruzó su mente fue que la venganza del duende olvidado no solo había reclamado a Clara, sino que también lo había atrapado a él en un ciclo interminable de sufrimiento.
Y así, en la mansión de los Arrieta, un nuevo eco se unió a los susurros del pasado, mientras el duende Tink sonreía, satisfecho con su obra.