El viento susurraba entre los árboles del bosque ancestral, un lugar donde la luz del sol apenas se atrevía a entrar. Las sombras danzaban en el suelo cubierto de hojas secas, creando un manto oscuro que parecía cobrar vida. Aquella noche, la luna llena se alzaba en el cielo, iluminando un sendero que serpenteaba entre los troncos retorcidos. Era un camino que pocos se atrevían a recorrer, pues se decía que en sus profundidades habitaba una criatura sedienta de sangre.
Marcos y Elena, una pareja de jóvenes aventureros, se habían dejado llevar por la curiosidad. Habían escuchado las leyendas sobre el bosque y, desafiando el sentido común, decidieron explorar lo desconocido. “No hay nada que temer”, dijo Marcos con una sonrisa desafiante. “Son solo cuentos para asustar a los niños”. Elena, aunque dudosa, se dejó llevar por el entusiasmo de su compañero.
Mientras caminaban, el aire se tornaba más frío y denso. Una sensación de inquietud se apoderaba de ellos, pero Marcos insistía en seguir adelante. “Vamos, solo un poco más. Quiero ver si realmente hay algo aquí”, decía, mientras sus ojos brillaban con un destello de aventura.
“Marcos, creo que deberíamos volver”, sugirió Elena, su voz temblando ligeramente. “Esto no se siente bien”.
“No seas miedosa”, replicó él, aunque su tono se tornó un poco más serio. “Solo un poco más”.
Tras unos minutos de caminata, llegaron a un claro. En el centro, había un antiguo altar cubierto de musgo y enredaderas. Las piedras estaban desgastadas por el tiempo, pero había algo inquietante en su presencia. “¿Qué crees que es esto?”, preguntó Elena, acercándose con cautela.
Marcos, sintiendo la adrenalina, respondió: “Probablemente un antiguo lugar de rituales. Quizá aquí es donde los aldeanos hacían sacrificios a los dioses”.
Elena frunció el ceño. “O a algo peor”, murmuró, pero su curiosidad la llevó a tocar la fría superficie del altar. En ese instante, un escalofrío recorrió su espalda.
“¿Sientes eso?”, preguntó ella, mirando a su alrededor.
“Solo es el viento”, dijo Marcos, pero su voz sonaba más tensa. De repente, un crujido resonó en el bosque, como si algo se moviera entre los árboles.
“Marcos…” La voz de Elena se apagó al ver cómo una sombra se deslizaba entre los troncos. Era una figura alta y delgada, con ojos brillantes que reflejaban la luz de la luna.
“¿Quién anda ahí?” gritó Marcos, intentando sonar valiente, pero su voz temblaba.
La figura emergió de las sombras, revelando un rostro pálido y afilado. Sus colmillos asomaban entre labios delgados, y una sonrisa siniestra se dibujaba en su rostro. “Bienvenidos, viajeros”, dijo con una voz suave y seductora. “He estado esperando vuestra llegada”.
Elena dio un paso atrás, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de ella. “¿Quién eres?” preguntó, tratando de mantener la calma.
“Soy el guardián de este bosque”, respondió la criatura. “Y ustedes han despertado mi interés. Muchos vienen aquí buscando aventuras, pero pocos regresan”.
Marcos, incapaz de apartar la mirada, preguntó: “¿Por qué? ¿Qué haces con ellos?”
“Lo que cualquier ser que habita en la oscuridad haría. Les ofrezco lo que más desean, a cambio de algo que no saben que tienen”, dijo la criatura, acercándose lentamente.
“¿Qué es lo que queremos?” preguntó Elena, su voz apenas un susurro.
“Lo que todos desean: poder, inmortalidad, amor eterno…” La criatura sonrió, mostrando sus colmillos. “Pero hay un precio que pagar”.
“¿Qué tipo de precio?”, preguntó Marcos, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
“Su esencia”, respondió la criatura, sus ojos brillando con un hambre insaciable. “Una parte de su alma, y a cambio, les concederé un deseo”.
Elena miró a Marcos, buscando una respuesta en su rostro. “No podemos confiar en él”, dijo, su voz temblando. “Es un monstruo”.
“¿Monstruo? No, querida. Soy un ser de la noche, un protector de los secretos del bosque. Ustedes son los verdaderos monstruos, al venir aquí sin respeto por lo desconocido”.
Marcos, atrapado entre la fascinación y el miedo, se sintió tentado. “¿Y si no queremos nada?”, preguntó, intentando mantener la compostura.
“Entonces se irán con las manos vacías, pero no sin sufrir las consecuencias de su curiosidad”, dijo la criatura, su tono volviéndose amenazante. “Este bosque no perdona a los intrusos”.
Elena, sintiendo que el tiempo se agotaba, tomó la mano de Marcos. “Debemos irnos”, dijo con firmeza. “No podemos quedarnos aquí”.
Pero antes de que pudieran dar un paso atrás, la criatura se abalanzó sobre ellos con una velocidad sobrenatural. “¡No tan rápido!”, gritó, sus colmillos brillando bajo la luz lunar.
Marcos empujó a Elena hacia atrás, tratando de protegerla. “¡Corre!” ordenó, mientras la criatura se acercaba rápidamente.
Elena no dudó. Corrió hacia el sendero, pero el pánico la hizo tropezar. Cuando se levantó, vio a Marcos luchando contra la criatura, que lo había atrapado por el cuello.
“¡Marcos!” gritó, su corazón latiendo con fuerza. La criatura giró la cabeza hacia ella, sus ojos resplandecían con una mezcla de deseo y diversión. “¿Vas a dejar que tu amado sufra? ¿O aceptarás el trato?”.
“No, no lo haré”, respondió Elena, retrocediendo. “No quiero nada de ti”.
“¿Nada? ¿Estás segura? Puedo ofrecerte una vida sin miedo, sin dolor. Solo tienes que darme lo que más valoras”, susurró la criatura, acercándose lentamente.
Marcos, luchando por respirar, logró decir: “¡Elena, no lo hagas! ¡No podemos confiar en él!”.
La criatura soltó una risa suave, como el tintineo de campanas. “¿Y qué hay de tu vida, Marcos? ¿No la valoras? Puedo salvarte, pero debes hacer un sacrificio”.
Elena sintió cómo el miedo se transformaba en rabia. “¡No te lo llevarás!” gritó, lanzándose hacia la criatura. Pero en un movimiento rápido, la criatura la detuvo con una mano.
“¿Por qué luchar? Solo quiero ayudarles”, dijo, su voz suave como la seda. “Pero deben decidir. Uno de ustedes puede vivir, el otro… será una ofrenda para el bosque”.
Marcos, sintiendo que la vida se escapaba de él, miró a Elena con desesperación. “¡Elena, ve! ¡Corre! ¡No te detengas!”
Las lágrimas brotaron de los ojos de Elena. “¡No! ¡No te dejaré!”
“¿Tienes el valor de tomar la decisión? ¿Quién de ustedes vive y quién muere?” La criatura sonrió, disfrutando del tormento que había sembrado entre ellos.
“¡Marcos!” gritó Elena, su voz quebrándose. “¡No voy a dejarte! ¡No lo haré!”
“¡Hazlo!” ordenó él, su voz llena de dolor. “¡Salva tu vida! ¡No dejes que esto termine así!”
La criatura se acercó a ella, sus ojos brillando con un hambre insaciable. “Elige, niña. ¿Qué deseas? ¿La vida de tu amado o tu propia existencia?”
Elena sintió que el tiempo se detenía. La presión de la decisión la aplastaba, y el miedo se transformó en una desesperación abrumadora. “¡Yo… yo elijo…!”
Pero antes de que pudiera terminar la frase, la criatura se abalanzó sobre Marcos, sus colmillos hundiéndose en su cuello.
“¡NO!” gritó Elena, pero era demasiado tarde. La vida de Marcos se desvanecía ante sus ojos, mientras la criatura se alimentaba de su esencia.
“Ahora tú eres libre”, dijo la criatura, girándose hacia Elena con una sonrisa satisfecha. “Pero recuerda, siempre habrá un precio que pagar”.
Elena cayó de rodillas, la desesperación la consumía. “¿Por qué? ¡No era justo!”
“Justo o injusto no importa en este mundo. Solo importa el poder que uno puede obtener a través del sacrificio”, respondió la criatura, dejando a Marcos caer al suelo, inerte.
Elena, con el corazón roto, miró a la criatura. “¿Qué harás conmigo ahora?”
“Ahora eres parte del bosque, una sombra entre las sombras. Y cuando el hambre regrese, quizás tú misma busques un nuevo sacrificio”, dijo la criatura, desvaneciéndose en la oscuridad.
Elena se quedó sola, en el claro, sintiendo el frío del bosque envolviéndola. Ya no había vuelta atrás. La vida de Marcos se había desvanecido, y ella había quedado atrapada en un ciclo de horror del que no podría escapar.
Mientras la luna brillaba en el cielo, Elena comprendió que el verdadero monstruo no era la criatura, sino la elección que había hecho. El abismo la había reclamado, y ahora, ella era parte de su hambre eterna.