La detective privada Elena Espinosa había visto muchas cosas en su carrera, pero nada la había preparado para lo que estaba a punto de descubrir en una casa antigua en las afueras de la ciudad. La llamada había llegado a su oficina a través de un cliente anónimo, quien le pidió que investigara una serie de desapariciones misteriosas. La única pista era una vieja mansión que había sido abandonada durante décadas.
Elena llegó a la mansión al anochecer, cuando la luz del sol empezaba a desvanecerse y las sombras se alargaban, creando un ambiente inquietante. La casa estaba en ruinas, con ventanas rotas y puertas colgando de sus bisagras. A pesar de su aspecto deteriorado, algo en la mansión parecía llamarla, como si una fuerza invisible la empujara a entrar.
Al cruzar el umbral, un escalofrío recorrió su espalda. El aire estaba cargado de polvo y el olor a humedad era penetrante. Encendió su linterna y comenzó a explorar las habitaciones. Todo estaba cubierto de una capa gruesa de polvo, pero nada parecía fuera de lo común, hasta que llegó al salón principal.
En el centro de la habitación había un espejo enorme, con un marco dorado ornamentado que parecía fuera de lugar en comparación con el resto de la casa. Elena se acercó con cautela, sintiendo una extraña atracción hacia el espejo. Cuando su reflejo apareció en la superficie, notó algo extraño: una sombra detrás de ella.
Se giró rápidamente, pero no había nada. Volvió a mirar el espejo y la sombra seguía allí, más clara que antes. Parecía ser la figura de un hombre, pero su rostro estaba borroso. Elena sintió un nudo en el estómago y dio un paso atrás. En ese momento, la sombra en el espejo comenzó a moverse.
—¿Quién eres? —preguntó Elena, con la voz temblorosa.
La sombra no respondió, pero su figura se hizo más nítida. De repente, el espejo mostró una escena diferente: una mujer desconocida caminando por una calle oscura. Elena observó con horror cómo un hombre apareció detrás de la mujer y la atacó brutalmente. La sangre salpicó el espejo y la imagen se desvaneció, dejando solo el reflejo de Elena y la sombra.
Elena retrocedió, con el corazón martilleando en su pecho. ¿Qué acababa de ver? ¿Era una visión del pasado o del futuro? Decidida a obtener respuestas, sacó su teléfono y tomó una foto del espejo. Luego, salió de la mansión lo más rápido que pudo.
De vuelta en su oficina, Elena investigó la identidad de la mujer que había visto en el espejo. Después de horas de búsqueda, encontró una coincidencia: Clara Morales, una periodista que había desaparecido hacía dos días. La policía no tenía pistas sobre su paradero, pero ahora Elena sabía que estaba en peligro.
Al día siguiente, Elena fue a la estación de policía para informar sobre lo que había visto. El detective a cargo, Carlos Mendoza, la recibió con escepticismo.
—¿Quieres que crea que un espejo te mostró el futuro? —preguntó Carlos, levantando una ceja.
—No estoy pidiendo que me creas —respondió Elena, mostrando la foto en su teléfono—. Solo quiero que investigues esta pista. Clara Morales está en peligro.
Carlos miró la foto y luego a Elena, dudando. Finalmente, asintió.
—Está bien, pero vienes conmigo. Quiero ver ese espejo por mí mismo.
Regresaron a la mansión juntos, y Carlos observó el espejo con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Elena se acercó de nuevo, esperando que la sombra apareciera. Esta vez, el espejo mostró una escena diferente: un hombre sentado en una silla, atado y amordazado. Parecía estar en un sótano oscuro. De repente, una figura encapuchada apareció y comenzó a torturarlo.
Carlos observó la escena con horror, incapaz de apartar la vista.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó, con la voz apenas un susurro.
Elena no lo sabía, pero tenía una corazonada. Revisó las noticias recientes y encontró otra coincidencia: un empresario local, Javier Ruiz, había sido reportado como desaparecido esa misma mañana.
—Tenemos que encontrar ese sótano —dijo Elena, con determinación.
La búsqueda los llevó a una serie de túneles subterráneos que se extendían bajo la ciudad. Después de horas de exploración, encontraron una puerta oculta que llevaba a un sótano oscuro. Al entrar, vieron a Javier Ruiz, tal como lo habían visto en el espejo. Estaba malherido, pero vivo.
Mientras lo liberaban, Elena no podía dejar de pensar en el espejo. ¿Quién o qué estaba detrás de esas visiones? ¿Y por qué estaban siendo mostradas a ella? Decidida a obtener respuestas, regresó a la mansión una vez más, esta vez sola.
Al llegar al salón principal, se enfrentó al espejo y habló con firmeza.
—¿Qué quieres de mí?
La sombra apareció de nuevo, pero esta vez su figura era más clara. Era un hombre con un traje antiguo, y su rostro mostraba una expresión de desesperación.
—Ayúdame —dijo la sombra, con una voz débil y distante.
—¿Quién eres? —preguntó Elena.
—Soy el antiguo dueño de esta mansión. Fui asesinado aquí hace muchos años, y mi espíritu quedó atrapado en este espejo. Solo puedo comunicarme mostrando visiones de futuros asesinatos. Necesito tu ayuda para encontrar al asesino y liberar mi alma.
Elena sintió un escalofrío. ¿Podía realmente confiar en el espíritu? No tenía otra opción. Decidió seguir las pistas que el espejo le mostraba, con la esperanza de resolver el misterio y liberar al alma atrapada.
Durante las siguientes semanas, el espejo mostró más visiones de asesinatos futuros. Cada vez, Elena y Carlos lograban llegar a tiempo para salvar a las víctimas y capturar a los perpetradores. Sin embargo, cada visión era más perturbadora que la anterior, y Elena sentía que se estaba acercando al verdadero asesino.
Finalmente, el espejo mostró una visión que la dejó helada: su propio asesinato. Vio a un hombre encapuchado entrar en su oficina y atacarla por la espalda. La visión se desvaneció, dejando a Elena temblando de miedo.
Sabía que el tiempo se estaba acabando. Decidió enfrentar al asesino antes de que él la encontrara a ella. Usando las pistas que había reunido, rastreó al hombre hasta una antigua fábrica abandonada en las afueras de la ciudad.
Entró en la fábrica con cautela, su corazón latiendo con fuerza. El lugar estaba oscuro y silencioso, excepto por el eco de sus propios pasos. De repente, sintió una presencia detrás de ella. Se giró rápidamente y vio al hombre encapuchado, con un cuchillo en la mano.
—Sabía que vendrías —dijo el hombre, con una sonrisa siniestra—. Has estado interfiriendo en mis planes durante demasiado tiempo.
Elena sacó su arma y apuntó al hombre.
—No daré un paso atrás. ¿Quién eres y por qué estás haciendo esto?
El hombre se rió y se quitó la capucha, revelando un rostro conocido. Era el detective Carlos Mendoza.
—¿Sorprendida? —preguntó Carlos, con una sonrisa maliciosa—. He estado jugando contigo todo este tiempo. El espejo solo muestra lo que yo quiero que veas.
Elena sintió una mezcla de traición y furia. Había confiado en Carlos, y él había estado manipulándola desde el principio.
—¿Por qué? —preguntó, tratando de ganar tiempo.
—Porque disfruto del juego —respondió Carlos—. Y ahora, es hora de terminarlo.
Carlos se lanzó hacia ella con el cuchillo, pero Elena estaba preparada. Disparó, y el sonido del disparo resonó en la fábrica. Carlos cayó al suelo, herido de muerte.
Elena se acercó al cuerpo de Carlos, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. Había resuelto el misterio, pero a un costo alto. El espejo había sido una herramienta en manos de un asesino, y ahora, ella debía asegurarse de que nunca volviera a ser utilizado.
Regresó a la mansión y, con un golpe decidido, rompió el espejo en mil pedazos. La sombra del antiguo dueño apareció una última vez, sonriendo con gratitud antes de desvanecerse para siempre.
Elena dejó la mansión con una sensación de cierre, sabiendo que había liberado un alma atrapada y detenido a un asesino. Pero también sabía que las sombras del pasado siempre podrían regresar, y que debía estar preparada para enfrentarlas cuando lo hicieran.