Había una vez, en un valle muy, muy lejano, un pequeño pteranodon llamado Pip. Pip vivía en lo alto de un acantilado con su familia. Desde allí, podía ver todo el valle y los hermosos dinosaurios que lo habitaban.
Un día, mientras Pip practicaba sus primeros vuelos, una ráfaga de viento inesperada lo hizo perder el equilibrio. ¡Pip cayó del nido! Aterrizó suavemente en un campo de flores gracias a sus pequeñas alas, pero ahora estaba muy lejos de su hogar.
En el valle vivían muchos otros dinosaurios, y Pip tenía muchos amigos. Cuando se dieron cuenta de que Pip había caído, se reunieron rápidamente para idear un plan de rescate. Estaban Tito el Triceratops, Luna la Llamativa Lambeosaurus y Roco el Rápido Raptor.
—¡Tenemos que ayudar a Pip a volver a su nido! —dijo Tito, siempre el más valiente del grupo.
—Pero, ¿cómo lo haremos? —preguntó Luna, preocupada—. El acantilado es muy alto.
Roco, que siempre tenía ideas ingeniosas, dijo:
—Tengo una idea. Podemos hacer una especie de catapulta con ramas y lianas. ¡Así podremos lanzar a Pip de vuelta a su nido!
Todos estuvieron de acuerdo y comenzaron a trabajar. Buscaron las ramas más fuertes y las lianas más largas. Trabajaron juntos, riendo y cantando, hasta que finalmente la catapulta estuvo lista.
—Pip, ¿estás listo? —preguntó Tito.
—¡Sí, estoy listo! —respondió Pip, aunque un poco nervioso.
Colocaron a Pip en la catapulta y contaron hasta tres.
—¡Uno, dos, tres! —gritaron todos al unísono.
¡Zing! La catapulta lanzó a Pip al aire, pero no llegó lo suficientemente alto. Pip cayó en un árbol cercano.
—¡Oh no! —exclamó Luna—. ¡No funcionó!
Roco, sin desanimarse, dijo:
—No se preocupen, tengo otra idea. ¿Qué tal si construimos una torre con rocas y Pip puede volar desde allí?
—¡Buena idea! —dijo Tito.
Trabajaron incansablemente, apilando rocas una sobre otra. La torre creció y creció hasta que finalmente estuvo lo suficientemente alta.
—¡Vamos, Pip! —dijo Luna—. ¡Tú puedes hacerlo!
Pip subió a la cima de la torre de rocas y extendió sus alas. Respiró hondo y se lanzó al aire. Esta vez, sus alas captaron el viento perfectamente y empezó a volar.
—¡Lo está logrando! —gritó Tito emocionado.
Pip voló en círculos, ganando cada vez más altura. Pero justo cuando estaba a punto de llegar a su nido, una nube oscura apareció en el cielo. ¡Una tormenta se avecinaba!
—¡Pip, vuelve! —gritó Roco—. ¡Es peligroso!
Pero Pip estaba decidido. Con cada ráfaga de viento, luchaba por mantenerse en el aire. Sus amigos lo miraban con el corazón en un puño. Finalmente, con un último esfuerzo, Pip llegó a su nido justo cuando las primeras gotas de lluvia empezaban a caer.
—¡Lo logré! —gritó Pip desde su nido.
Sus amigos, empapados pero felices, lo aplaudieron desde abajo. Habían logrado el gran rescate del pteranodon volador.
Cuando la tormenta pasó, el sol volvió a brillar en el valle. Pip y sus amigos se reunieron de nuevo, esta vez para celebrar.
—Gracias a todos por ayudarme —dijo Pip—. No lo habría logrado sin ustedes.
—Siempre estaremos aquí para ayudarte, Pip —respondió Tito.
—¡Sí, somos un equipo! —añadió Luna.
—Y siempre lo seremos —concluyó Roco.
Desde ese día, Pip voló con más confianza. Sabía que, sin importar los desafíos que enfrentara, siempre tendría a sus amigos a su lado. Y así, en el valle de los dinosaurios, la amistad se hizo más fuerte que nunca.
Fin.