El Sueño del Asesino

La noche había caído sobre el pequeño pueblo de Hollow Creek, y una densa niebla se cernía sobre las calles desiertas. En una casa al final de la calle principal, Richard Kane se debatía en el borde del sueño, sus ojos parpadeando mientras luchaba por mantenerse despierto. Sabía que en cuanto cerrara los ojos, las pesadillas volverían.

Richard era un hombre de mediana edad, robusto y con una mirada que había perdido su brillo hace mucho tiempo. Vivía solo, rodeado de recuerdos de un pasado que prefería olvidar. Pero el pasado no lo dejaba en paz; cada noche, sus víctimas volvían para atormentarlo.

Finalmente, el cansancio venció y Richard se sumió en un sueño inquieto. Se encontraba en un bosque oscuro, los árboles se alzaban como sombras amenazantes a su alrededor. El viento susurraba su nombre, y él sabía que no estaba solo.

Richard… —una voz susurró desde la oscuridad.

Richard giró sobre sus talones, su corazón latiendo con fuerza. Frente a él, una figura emergió de entre los árboles. Era Sarah, la primera mujer a la que había asesinado. Su rostro estaba pálido y sus ojos vacíos, pero su boca se torció en una sonrisa macabra.

¿Por qué? —preguntó Sarah, su voz resonando en la cabeza de Richard como un eco—. ¿Por qué me hiciste esto?

—¡No quería hacerlo! —gritó Richard, retrocediendo—. ¡No tenía elección!

Sarah avanzó hacia él, sus pies deslizándose sobre el suelo sin hacer ruido. Richard intentó correr, pero sus piernas se sentían pesadas, como si estuvieran atrapadas en el barro.

No puedes escapar, Richard —dijo Sarah, su voz ahora más fuerte—. Siempre estaremos contigo.

De repente, más figuras emergieron del bosque. Eran todas sus víctimas: hombres, mujeres, incluso niños. Sus rostros desfigurados y sus ojos vacíos lo miraban con una mezcla de odio y desesperación.

¡Déjenme en paz! —gritó Richard, cayendo de rodillas—. ¡No quería hacerlo!

Las figuras se acercaron cada vez más, sus manos extendiéndose hacia él. Richard sintió el frío de sus dedos al tocar su piel, y un grito ahogado escapó de sus labios. Sabía que no había escapatoria.

Despertó sobresaltado, su cuerpo cubierto de sudor frío. Miró alrededor de su habitación, tratando de convencerse de que todo había sido solo un sueño. Pero el miedo persistía, y la sensación de ser observado no desaparecía.

No puedo seguir así —murmuró para sí mismo, llevándose las manos a la cabeza.

Decidió salir a caminar, esperando que el aire fresco despejara su mente. Caminó por las calles desiertas de Hollow Creek, sus pasos resonando en el silencio de la noche. Pero no importaba cuánto intentara escapar, las sombras siempre lo seguían.

Llegó al parque del pueblo y se sentó en un banco, mirando la luna que se alzaba en el cielo. Sus pensamientos se arremolinaban en su cabeza, y la culpa lo consumía. Sabía que merecía el tormento que estaba viviendo.

Richard…

La voz lo hizo saltar del banco. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Sin embargo, la sensación de ser observado se intensificó.

Richard, ven con nosotros…

El susurro parecía venir de todas partes y de ninguna. Richard sintió un escalofrío recorrer su espalda y comenzó a caminar de regreso a su casa, sus pasos cada vez más rápidos. Pero no importaba cuánto se apresurara, la voz lo seguía.

Al llegar a su casa, cerró la puerta de golpe y se apoyó contra ella, respirando con dificultad. Sabía que no podía seguir huyendo. Tenía que enfrentarse a sus demonios.

Decidido, subió las escaleras y se dirigió a su dormitorio. Se tumbó en la cama y cerró los ojos, dispuesto a enfrentar lo que viniera. El sueño lo envolvió rápidamente, y se encontró de nuevo en el bosque oscuro.

Esta vez, las figuras lo esperaban, sus rostros desfigurados y sus ojos vacíos fijos en él. Richard se acercó a ellos, su corazón latiendo con fuerza.

Estoy aquí —dijo, su voz temblando—. Hagan lo que tengan que hacer.

Las figuras se movieron hacia él, sus manos extendiéndose. Richard cerró los ojos, esperando el dolor. Pero en lugar de eso, sintió una extraña sensación de calma. Abrió los ojos y vio que las figuras se desvanecían, sus rostros transformándose en expresiones de alivio.

Gracias, Richard —dijo Sarah, su voz suave—. Por fin podemos descansar.

Con esas palabras, las figuras desaparecieron, y Richard se encontró solo en el bosque. Una sensación de paz lo invadió, y supo que había hecho lo correcto. Había enfrentado su culpa y, de alguna manera, había encontrado redención.

Despertó al amanecer, el sol entrando por la ventana de su habitación. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre. Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina, dispuesto a empezar un nuevo día.

Pero cuando abrió la puerta de la cocina, se encontró con una escena que lo hizo retroceder. El suelo estaba cubierto de sangre, y las paredes estaban manchadas con palabras escritas en letras rojas: «Nunca te dejaremos ir».

Richard sintió un nudo en el estómago y supo que su tormento no había terminado. Las pesadillas seguirían persiguiéndolo, sin importar cuánto intentara escapar.

Con un suspiro, se sentó en la mesa de la cocina, la sensación de desesperanza apoderándose de él. Sabía que no había redención para alguien como él. Estaba condenado a vivir en un infierno eterno, perseguido por los fantasmas de su pasado.

Y así, Richard Kane pasó el resto de sus días, atrapado en un ciclo interminable de culpa y tormento. Un asesino perseguido por sus propias víctimas, sin esperanza de escapar.

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Doctor Tenebroso

Santi es el Doctor Tenebroso, un narrador maestro del terror literario. Con una pluma afilada y una habilidad magistral para crear atmósferas inquietantes, sus cuentos exploran los rincones más oscuros de la mente humana. El doctor transporta a sus lectores a mundos donde lo sobrenatural se entrelaza con lo cotidiano, dejando una estela de suspense y horror que perdura mucho después de haber pasado la última página. Sus relatos desafían convenciones y llevan a los lectores a un viaje emocionante y aterrador hacia lo desconocido.

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