La Estatua que Cobraba Vida

La noche había caído sobre el pequeño pueblo de Sablewood, un lugar donde las leyendas y los susurros de lo inexplicable eran tan comunes como el viento que soplaba entre los árboles. En el centro del pueblo se erguía una estatua antigua, una figura de mármol que representaba a un guerrero con una expresión de eterna vigilancia. Nadie sabía con certeza quién había esculpido la estatua ni cuándo había sido colocada allí. Sin embargo, todos conocían la advertencia: «Nunca te acerques a la estatua después de la medianoche.»

Esa advertencia no había sido suficiente para disuadir a Ethan y a su hermana, Lily. Los dos adolescentes eran conocidos por su insaciable curiosidad y su tendencia a desafiar las normas. Aquella noche, mientras el reloj de la iglesia daba las campanadas de la medianoche, se dirigieron al centro del pueblo con linternas en mano y una mezcla de emoción y temor en sus corazones.

—¿Estás seguro de esto, Ethan? —preguntó Lily, su voz temblando ligeramente.

—Vamos, Lily. Es solo una estatua. No puede hacernos nada —respondió Ethan, tratando de sonar más valiente de lo que se sentía.

Al llegar a la plaza, la luz de la luna iluminaba la estatua de una manera inquietante, proyectando sombras que parecían moverse con vida propia. Ethan se acercó primero, dirigiendo la luz de su linterna hacia el rostro del guerrero de mármol. Los ojos de la estatua parecían seguirlo, un detalle que hizo que un escalofrío recorriera su espalda.

—Mira esto, Lily —dijo, señalando una inscripción en la base de la estatua—. «Aquel que despierte al guardián, enfrentará su furia eterna.»

—Ethan, vámonos de aquí. Esto no me gusta nada —insistió Lily, tirando de la manga de su hermano.

Pero antes de que pudieran alejarse, un ruido sordo resonó en la plaza. Era un sonido que parecía provenir de las profundidades de la tierra. La estatua comenzó a moverse, lentamente al principio, luego con una fluidez que desafiaba toda lógica. Los ojos de mármol brillaron con una luz siniestra, y el guerrero de piedra giró su cabeza hacia los hermanos.

—¿Quién osa perturbar mi descanso? —rugió la estatua, su voz resonando como un trueno en la noche.

Lily gritó y comenzó a correr, pero Ethan estaba paralizado por el terror. La estatua dio un paso hacia él, y cada movimiento parecía hacer que el suelo temblara.

—¡Corre, Ethan! —gritó Lily desde la distancia.

Finalmente, recuperando el control de sus piernas, Ethan giró y corrió tras su hermana. La estatua los siguió, sus pasos resonando como el eco de una pesadilla. Los hermanos se adentraron en el bosque cercano, esperando que los árboles los protegieran de la monstruosidad de mármol.

—¿Qué vamos a hacer? —jadeó Lily, sus ojos llenos de pánico.

—No lo sé. Solo sigue corriendo —respondió Ethan, su mente trabajando frenéticamente en busca de una solución.

El guerrero de mármol se movía con una velocidad sorprendente para una estatua, y pronto los alcanzó. Ethan y Lily se encontraron en un claro del bosque, sin lugar a donde huir. La estatua levantó su espada de piedra, preparándose para asestar un golpe mortal.

—¡Por favor, no nos hagas daño! —suplicó Lily, sus lágrimas brillando a la luz de la luna.

La estatua se detuvo por un momento, como si considerara sus palabras. Luego, su rostro de mármol se torció en una mueca de desprecio.

—Habéis despertado al guardián. Ahora, enfrentaréis mi furia eterna —dijo, levantando su espada una vez más.

De repente, una figura apareció entre los árboles. Era una anciana con un bastón, su rostro arrugado y sus ojos llenos de sabiduría antigua.

—¡Detente, guardián! —ordenó la anciana, su voz firme y autoritaria.

La estatua se volvió hacia ella, su expresión cambiando a una de reconocimiento.

—Bruja… —murmuró, bajando su espada.

—Ellos no son tus enemigos. Solo son niños curiosos. Déjalos ir —dijo la anciana, acercándose lentamente.

La estatua pareció dudar, pero finalmente bajó su espada por completo y dio un paso atrás.

—Por esta vez, los dejaré ir. Pero recordad esto: mi furia no se apaciguará por siempre —advirtió antes de regresar lentamente a su pedestal en el centro del pueblo.

La anciana se volvió hacia Ethan y Lily, sus ojos llenos de compasión.

—Deberíais saber mejor que jugar con fuerzas que no comprendéis. Id a casa y no volváis a acercaros a la estatua —dijo antes de desaparecer entre los árboles.

Los hermanos, aún temblando, se dirigieron de vuelta a su casa, prometiéndose nunca más desafiar las advertencias del pueblo. Pero mientras se alejaban, una sensación de inquietud se instaló en sus corazones. Sabían que habían despertado algo antiguo y peligroso, y que la furia del guardián no se apaciguaría tan fácilmente.

Esa noche, mientras intentaban dormir, ambos tuvieron el mismo sueño. La estatua, con sus ojos brillantes y su espada levantada, los miraba fijamente, susurrando una y otra vez: «Mi furia eterna.»

Y así, en el pequeño pueblo de Sablewood, la leyenda de la estatua que cobraba vida se convirtió en una advertencia aún más aterradora, una que nadie se atrevió a desafiar de nuevo.

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Cuentomanía

Don Cuento es un escritor caracterizado por su humor absurdo y satírico, su narrativa ágil y desenfadada, y su uso creativo del lenguaje y la ironía para comentar sobre la sociedad contemporánea. Utiliza un tono ligero y sarcástico para abordar los temas y usas diálogos rápidos y situaciones extravagantes para crear un ambiente de comedia y surrealismo a lo largo de sus historias.

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