En el pequeño pueblo de Redwood, la casa de los Thompson se erguía como un monumento al pasado. Había sido construida en el siglo XIX y, a pesar de las renovaciones, mantenía un aire de misterio. El patio trasero, sin embargo, era lo que más llamaba la atención. En medio de un jardín descuidado, una lápida de piedra se alzaba solitaria, con inscripciones apenas legibles debido al desgaste del tiempo.
Alyssa Thompson, una joven de 17 años, se había mudado recientemente a la casa con su familia. Desde el primer día, la lápida había capturado su curiosidad. Una tarde, mientras sus padres estaban fuera, decidió investigar más a fondo.
—¿Qué haces, Alyssa? —preguntó su hermano menor, Max, acercándose con cautela.
—Voy a limpiar esta lápida. Quiero ver qué dice —respondió ella, armada con un cepillo y una botella de agua.
Tras varios minutos de frotar, las letras comenzaron a aparecer: «Aquí yace Eliza, que murió en 1876. Que su alma descanse en paz.»
—¿Quién crees que era Eliza? —preguntó Max, con los ojos muy abiertos.
—No lo sé, pero quiero averiguarlo —respondió Alyssa, intrigada.
Esa noche, mientras sus padres dormían, Alyssa decidió buscar en la biblioteca del pueblo. Encontró un libro polvoriento que hablaba sobre la historia de Redwood. En una de las páginas, encontró una mención a Eliza.
«Eliza Montgomery, acusada de brujería, fue ejecutada en 1876. Se dice que lanzó una maldición sobre el pueblo antes de morir.»
Alyssa sintió un escalofrío recorrer su espalda. Regresó a casa con el libro, incapaz de sacarse la historia de la cabeza. Esa noche, tuvo un sueño perturbador. Vio a una mujer con ropas antiguas, de pie junto a la lápida. La mujer la miró con ojos vacíos y susurró:
—Despiértame y conocerás el verdadero terror.
Alyssa se despertó sobresaltada, con el corazón latiendo con fuerza. Decidió que debía contarle a alguien sobre lo que había descubierto. A la mañana siguiente, se lo explicó a Max.
—Max, creo que hay algo más en esa lápida. Algo… maligno.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Max, inquieto.
—He leído que Eliza fue acusada de brujería y que lanzó una maldición antes de morir. Creo que… creo que puede ser cierto.
Max la miró con escepticismo, pero la seriedad en los ojos de su hermana lo convenció.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, nervioso.
—Voy a investigar más. Necesito saber cómo detener esto, si es que hay algo que detener —respondió Alyssa, decidida.
Durante los siguientes días, Alyssa continuó investigando. Encontró referencias a un ritual que podía deshacer maldiciones, pero requería elementos específicos y debía realizarse en la noche de luna llena. Esa noche estaba cerca.
Finalmente, la noche de luna llena llegó. Alyssa y Max se prepararon para el ritual. Llevaron velas, hierbas y un cuchillo ceremonial al patio trasero. La lápida parecía más imponente bajo la luz de la luna.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Max, con la voz temblorosa.
—No, pero no tenemos otra opción —respondió Alyssa, encendiendo las velas.
Comenzaron a recitar las palabras del ritual. La atmósfera se volvió pesada, y el aire parecía vibrar con una energía oscura. De repente, la tierra comenzó a temblar. La lápida se partió en dos, y una figura espectral emergió del suelo.
—¿Quién osa interrumpir mi descanso eterno? —gritó la figura, con una voz que resonaba en sus mentes.
Alyssa y Max retrocedieron, aterrorizados. La figura avanzó hacia ellos, y su apariencia se volvió más clara. Era Eliza, con una expresión de furia en su rostro.
—Despertarme es el mayor error que podrían haber cometido. Ahora, sufrirán las consecuencias. —dijo Eliza, levantando una mano espectral.
De repente, Max comenzó a gritar. Su cuerpo se convulsionó y cayó al suelo, inmóvil. Alyssa intentó correr hacia él, pero una fuerza invisible la detuvo. Eliza se acercó, y Alyssa sintió un frío helado recorrer su cuerpo.
—Tu curiosidad ha desatado un mal que no puedes comprender. Ahora, pagarás con tu vida. —susurró Eliza, antes de desvanecerse en el aire.
Alyssa cayó al suelo, sintiendo cómo su vida se desvanecía lentamente. Antes de perder el conocimiento, vio a su hermano levantarse, con una expresión vacía en su rostro. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora eran oscuros y sin alma.
Cuando los padres de Alyssa y Max regresaron a casa, encontraron a sus hijos en el patio trasero. Max estaba de pie, mirando fijamente la lápida rota, mientras Alyssa yacía en el suelo, sin vida. Intentaron llamar a Max, pero él no respondió. Sus ojos vacíos reflejaban una oscuridad que no podían comprender.
Con el tiempo, la casa de los Thompson fue abandonada. Los rumores sobre la maldición de Eliza se extendieron por el pueblo, y nadie se atrevió a acercarse a la casa. La lápida en el patio trasero permaneció allí, como un recordatorio de los horrores que habían desatado.
Y así, la historia de Alyssa y Max se convirtió en una advertencia para todos aquellos que se atrevieran a desafiar lo desconocido. La lápida en el patio trasero seguía siendo un símbolo de un mal ancestral, esperando a ser desatado una vez más.