El detective Jack Thompson había pasado las últimas noches en vela, incapaz de conciliar el sueño. Sus ojos cansados reflejaban la falta de descanso, pero su mente estaba más alerta que nunca. Había estado trabajando en un caso difícil, un asesinato sin resolver que había desconcertado a la policía durante semanas.
Una noche, mientras Thompson se encontraba en su apartamento, sumido en sus pensamientos, una extraña visión lo invadió. Vio a la víctima del caso, una joven mujer rubia, que parecía susurrarle algo. «Encuéntrame», murmuraba en un tono apenas audible. El detective se estremeció, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que esa visión no era solo producto de su mente cansada, era algo más, algo que debía investigar.
Decidió visitar la escena del crimen una vez más, en busca de alguna pista que pudiera haber pasado por alto. Mientras examinaba la habitación donde se había encontrado el cuerpo, una sombra se movió en un rincón oscuro. Thompson se giró rápidamente, pero no había nadie allí. «Debo estar perdiendo la cabeza», pensó para sí mismo, intentando mantener la calma.
A medida que avanzaba en la investigación, las visiones se volvían más frecuentes y más vívidas. En una de ellas, vio al asesino, un hombre alto con una cicatriz en el rostro, que sonreía siniestramente mientras limpiaba el arma del crimen. Thompson sabía que no podía ignorar esas visiones, eran la clave para resolver el caso.
Decidió seguir la pista de la visión y se adentró en los callejones más oscuros de la ciudad. La noche era fría y silenciosa, solo interrumpida por el eco de sus propios pasos. De repente, una figura emergió de las sombras, era el hombre de la visión, la cicatriz en su rostro brillaba a la luz de la luna. «Así que finalmente decidiste seguirme», dijo con una sonrisa retorcida.
Thompson sacó su pistola, preparado para enfrentarse al asesino. Pero antes de que pudiera hacer algo, la figura se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera estado allí. El detective se quedó paralizado, sin poder creer lo que acababa de presenciar. «¿Qué está pasando aquí?», se preguntó en voz alta, con la respiración entrecortada.
De repente, una voz resonó en su mente, clara y fría. «El juego acaba de empezar, detective. ¿Estás listo para jugar?» Thompson sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, sabía que se enfrentaba a algo más grande de lo que jamás había imaginado.
Decidió regresar a su apartamento, necesitaba tiempo para procesar lo que acababa de experimentar. Mientras reflexionaba sobre las últimas horas, una nueva visión lo invadió. Vio a la joven rubia, la víctima del caso, que le tendía una mano. «Sígueme», susurraba. Thompson sabía lo que debía hacer.
Siguió la pista de la visión hasta un antiguo almacén abandonado en las afueras de la ciudad. La luna llena iluminaba el lugar, creando sombras fantasmales en las paredes. Al entrar en el almacén, el detective sintió que algo no estaba bien. Una presencia maligna parecía envolverlo, haciéndole temblar de miedo.
En el centro del almacén, encontró el cuerpo de la joven rubia, tendido en el suelo. Estaba rodeado de velas y símbolos extraños, como si hubiera sido parte de algún ritual macabro. Thompson sintió náuseas al ver la escena, pero sabía que debía mantener la compostura.
De repente, las luces se apagaron y una risa malévola resonó en la oscuridad. «Bienvenido, detective. Has llegado justo a tiempo para el espectáculo final», dijo la voz que había escuchado antes en su mente. Thompson sacó su linterna y apuntó hacia la dirección de la voz, pero no había nadie allí.
La risa se hizo más fuerte, más cercana. Thompson sintió que el miedo se apoderaba de él, pero se obligó a avanzar hacia la fuente del sonido. Cuando finalmente llegó al lugar, se encontró frente a un espejo antiguo, que reflejaba su propia imagen distorsionada.
En el reflejo, vio al hombre de la cicatriz, sonriendo siniestramente detrás de él. «¿Qué eres tú?», preguntó Thompson, con la voz temblorosa. La figura en el espejo se rió, una risa que heló la sangre del detective. «Soy tu peor pesadilla, detective. Soy el reflejo de tus miedos más profundos».
Thompson se dio cuenta de que estaba atrapado en una pesadilla, en un juego mortal del que no podía escapar. Pero en ese momento, una idea brilló en su mente. Recordó una técnica de meditación que le había enseñado su abuelo cuando era niño, una forma de controlar las visiones y enfrentar sus propios miedos.
Cerró los ojos y respiró profundamente, concentrándose en su interior. Poco a poco, las visiones desaparecieron y el almacén volvió a estar en silencio. Cuando abrió los ojos, se encontraba solo, rodeado de velas apagadas y símbolos borrosos en las paredes.
Thompson salió del almacén, con la certeza de que el caso estaba resuelto. Había enfrentado sus propios demonios y había salido victorioso. Mientras caminaba hacia el amanecer, una última visión lo invadió. Vio a la joven rubia, sonriéndole desde la distancia. «Gracias, detective. Ahora puedo descansar en paz», dijo antes de desvanecerse en la luz del nuevo día.
El último caso del detective insomne había llegado a su fin, pero sabía que nunca olvidaría la experiencia. Había descubierto que sus visiones nocturnas eran más que simples sueños, eran una parte de él mismo que debía aprender a controlar. Y aunque el miedo seguía presente en su mente, también había encontrado una nueva fuerza en su interior. Ahora, estaba listo para enfrentar cualquier desafío que el destino le tuviera preparado.