Había una vez una casa abandonada en las afueras de un pequeño pueblo. La gente evitaba pasar cerca de ella, pues decían que estaba maldita. Se decía que las marionetas que se encontraban en su interior cobraban vida durante la noche, controladas por una fuerza maligna que las obligaba a hacer cosas terribles.
Un grupo de amigos, curiosos y valientes, decidió investigar la leyenda y adentrarse en la Casa de las Marionetas Malditas. Ignoraron las advertencias de los lugareños y se adentraron en la oscuridad de la casa, con la esperanza de encontrar respuestas.
Al entrar, se encontraron con una habitación llena de marionetas antiguas. Sus ojos parecían seguirlos a donde quiera que fueran, y sus sonrisas siniestras les helaban la sangre. “Esto es escalofriante”, murmuró Laura, la más supersticiosa del grupo.
De repente, las marionetas comenzaron a moverse por sí solas. Los amigos retrocedieron, horrorizados, mientras las marionetas se acercaban lentamente a ellos. “¡Tenemos que salir de aquí!”, gritó Carlos, el más valiente del grupo.
Corrieron hacia la puerta, pero esta se cerró de golpe frente a ellos, bloqueando la salida. Las marionetas los rodearon, con sus brazos de madera extendidos, listas para atacar. “¡No podemos dejar que nos atrapen!”, exclamó Marta, la más racional del grupo.
En ese momento, una risa malévola resonó en toda la casa. Las marionetas comenzaron a moverse con más rapidez, sus ojos brillando con una luz sobrenatural. “¡Esto es imposible!”, gritó Juan, el más escéptico del grupo.
Una fuerza invisible los empujó hacia el centro de la habitación, obligándolos a enfrentarse a las marionetas. Una por una, las marionetas los rodearon, susurrando palabras incomprensibles en un idioma antiguo. “¡No podemos rendirnos!”, exclamó Laura, tratando de mantener la calma.
Las marionetas comenzaron a atacar, con sus afilados dedos de madera apuntando hacia los amigos. Carlos logró esquivar a una de ellas, pero Marta no tuvo la misma suerte y recibió un corte profundo en el brazo. “¡Tenemos que encontrar una manera de detenerlas!”, gritó desesperadamente Juan.
En un acto desesperado, Laura agarró una vela cercana y la arrojó hacia las marionetas. El fuego las consumió rápidamente, haciéndolas retroceder momentáneamente. “¡El fuego las detiene!”, exclamó Laura, con una chispa de esperanza en sus ojos.
Los amigos se agruparon alrededor de la vela, tratando de mantener a raya a las marionetas con las llamas. Pero la risa malévola se hizo más fuerte, y las marionetas comenzaron a moverse con más ferocidad. “¡No podemos detenerlas por mucho tiempo!”, gritó Carlos, con el miedo palpable en su voz.
En un último intento desesperado, los amigos decidieron huir hacia el sótano de la casa. Encontraron una puerta secreta detrás de una cortina, y se adentraron en las profundidades de la casa. “Espero que esto funcione”, murmuró Marta, con la esperanza de encontrar una salida.
Al llegar al sótano, se encontraron con una habitación aún más siniestra que la anterior. Estaba llena de marionetas rotas y desgastadas, con sus ojos vacíos mirando fijamente a los amigos. “Esto es peor de lo que imaginaba”, susurró Juan, con un escalofrío recorriéndole la espalda.
De repente, una figura oscura se materializó frente a ellos. Era una marioneta gigante, con una sonrisa retorcida y ojos brillantes. “¡No podemos escapar de aquí!”, gritó Carlos, con la desesperación reflejada en su rostro.
La marioneta gigante comenzó a moverse hacia ellos, con sus brazos extendidos listos para atraparlos. Los amigos se acurrucaron en un rincón, sin saber qué hacer. “¡Esto es el fin!”, murmuró Laura, resignada a su destino.
En un último acto de valentía, Marta se levantó y enfrentó a la marioneta gigante. “¡No permitiré que nos lastimes más!”, exclamó, con determinación en su voz. La marioneta gigante se detuvo por un momento, como si estuviera evaluando a Marta.
De repente, la marioneta gigante comenzó a reírse, una risa que resonaba en toda la habitación. “¡No hay escapatoria para ustedes!”, exclamó con voz gutural, haciendo que los amigos temblaran de miedo. La marioneta gigante extendió sus brazos y se abalanzó sobre ellos, envolviéndolos en su oscuridad.
Y así, los amigos desaparecieron en la Casa de las Marionetas Malditas, condenados a ser controlados por la fuerza maligna que habitaba en su interior. Nunca más se supo de ellos, y la casa permaneció en silencio, esperando a que nuevos intrusos osaran desafiar su maldición.