El cineasta Lucas descubrió una antigua bobina en un mercado de pulgas. La etiqueta decía: “No verás el amanecer”. Intrigado, decidió proyectarla en su estudio.
“¿Qué es eso?” preguntó su amiga Clara, mientras se acomodaba en el sofá.
“No lo sé, pero tiene un aire de misterio,” respondió Lucas, sonriendo nerviosamente.
A medida que la película avanzaba, imágenes distorsionadas de sombras y susurros comenzaron a llenar la habitación. Clara se estremeció. “Esto es… inquietante.”
“Es arte, Clara. A veces, el terror es lo más bello,” dijo Lucas, aunque su voz temblaba.
De repente, la proyección se detuvo. La pantalla se tornó negra y una voz susurrante emergió de los altavoces: “El que mira, muere.”
“¿Qué fue eso?” Clara preguntó, sus ojos abiertos como platos.
“Solo un efecto,” intentó calmarla Lucas, pero su corazón latía con fuerza.
Al día siguiente, Clara no apareció. Lucas la buscó, pero solo encontró un mensaje en su teléfono: “No puedo escapar. Ellos vienen por mí.”
Desesperado, volvió al estudio, donde la bobina yacía en el suelo, temblando. “¡Clara!” gritó, pero solo el eco le respondió.
La proyección comenzó de nuevo, pero esta vez era diferente. Las sombras se movían, acercándose a la cámara. “Lucas… ayúdame…” resonó la voz de Clara, distorsionada y desesperada.
Con horror, Lucas comprendió que la película no solo maldecía a quien la veía, sino que también atrapaba sus almas.
Al día siguiente, los vecinos escucharon gritos provenientes del estudio, pero nadie se atrevió a entrar. La bobina permaneció allí, esperando a su próximo espectador, mientras el eco de las voces perdidas se desvanecía en la oscuridad.
Fin.